Centrar el corazón solamente en el Señor y en su proyecto de salvación

Ordenación diaconal del acólito Jeison Javier Linares Sáenz.

Sábado 1 julio 2023, Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.

Hermanos todos en el Señor:

Como Iglesia diocesana que peregrina en Ciudad Quesada, con gran alegría y gratitud nos reunimos entorno a la doble mesa de la Palabra y la Eucaristía, para celebrar la ordenación diaconal de nuestro acólito Jeison Javier Linares Saénz, miembro de esta Iglesia particular.

La oración colecta, al inicio de esta celebración eucarística, nos pedía orar en favor del ordenando para que sea: “… infatigable en el don de sí mismo, constante en la oración, alegre y bondadoso en el ejercicio de su ministerio” ¿Cómo se podrá lograr este triple y trascendental objetivo?  Para responder a ello, nos ilumina claramente la Palabra de Dios que ha sido proclamada.

En primer lugar, se requiere madurar en la conciencia de la gracia de la vocación. La primera lectura, de la profecía de Jeremías, nos ha narrado la llamada de Dios al profeta desde el seno materno. Cuando Dios llama, confía una misión: “te consagraré como profeta para las naciones”, dijo el Señor a Jeremías. La llamada y la misión pueden provocar temor en el corazón humano a causa de la conciencia de la propia pobreza y debilidad; pero, quien es llamado debe ser un creyente que confía en aquel que lo llamó: “no tengas miedo porque yo estoy contigo para protegerte”.

Jeison, las palabras de Dios al joven Jeremías resuenan cada día en quien hace la experiencia del seguimiento alimentando su vida desde una relación cercana de intimidad con el Señor, a través de la celebración eucarística, la oración personal, la liturgia de las horas, la lectio divina, la confesión frecuente y la piedad mariana. Con estos y otros medios, que nos ofrece diariamente la Iglesia, “Madre y Maestra”, en frase de San Juan XXIII, es como se puede renovar y vivir a profundidad la caridad pastoral, el celibato por el Reino de los cielos, la comunión con el presbiterio y la actitud de obediencia y respeto al Obispo, todo ello, por supuesto, con fe auténtica y sentido sobrenatural.

En segundo lugar, es necesaria una actitud de conversión permanente frente a lo que descubramos que es la voluntad de Dios, tal como lo describe San Pablo, en la segunda lectura, al decir: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor”. Ha de ser tarea de todos los días, en favor de nuestro ministerio, el descentrarnos de nosotros mismos para poder centrar el corazón solamente en el Señor y en su proyecto de salvación. Esta actitud se traduce en un servicio permanente a la comunidad cristiana a nosotros confiada como pastores. De aquí que no podemos olvidar a San Pablo que nos ofrece el mejor de los títulos con que nos podemos presentar ante nuestros hermanos, somos “servidores de ustedes, por Jesús”.

En tercer lugar, el cristiano está llamado a ser grano de trigo que solamente da fruto cuando muere, porque, no amándose a sí mismo, sino amando al estilo de Jesús, “se asegura para la vida eterna”. Jeison, cuánto más valen estas palabras para nosotros ministros de Jesucristo al servicio del Pueblo de Dios. Este nuevo modo de amar se traduce en una actitud permanente de servicio oblativo, aprendido en la escuela siempre nueva del Evangelio y en la capacidad de dar la vida fiel, permanente y generosamente. 

Jeison, recuerda lo que hemos escuchado: “El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor”. Nuestro pueblo valora y agradece grandemente el trato bueno, cercano y afable de sus pastores, junto con la palabra sabia y oportuna en sus necesidades, y el testimonio vivo y constante de caridad y de fe. Y a ello hemos de unir un gran y sincero amor a la Iglesia. A propósito, quiero recordar aquí las palabras del Papa Francisco: “El amor a la Iglesia te conduce a darla a conocer, a salir de ti mismo para ir fuera a predicar la Revelación de Jesús” (Nápoles, 21 de marzo de 2015).

Queridos hermanos, en esta hora de la historia en la cual experimentamos una profunda crisis con relación a la verdad, nuestra mirada serena y contemplativa se vuelve al Buen Pastor, Jesucristo, crucificado y resucitado, nuestra única y gran Verdad, la que da sentido pleno a la existencia humana. Nuestra mirada ha de centrarse en Él para renovarnos en la esperanza y la confianza; solamente desde Él podremos vencer el individualismo, el egoísmo y la división que traen consigo caos y confusión, y que son fruto de la ausencia de la verdad única y objetiva que es Jesucristo.

Sin el Señor se oscurece el rostro real de la Iglesia, sacramento de comunión y de auténtica unidad. Por eso nos conviene a todos recordar las sabias palabras de San Juan Pablo II: “Nuestra santidad es un factor esencial para hacer fructífero el ministerio que llevamos a cabo” (Discurso a los sacerdotes, París, 30 de mayo de 1980).

Hermanos, en esta Eucaristía confiamos especialmente el ministerio diaconal de Jeison Javier a la protección maternal de Nuestra Señora de Guadalupe y a la intercesión de San Carlos Borromeo, para que su diaconado sea muy fecundo y gozoso en bien suyo, pero especialmente en bien de la Iglesia a la que amamos, y en la cual queremos entregar hoy y siempre nuestra vida al Señor que nos ha llamado por pura misericordia suya. Amén.

Sin el Señor se oscurece el rostro real de la Iglesia, sacramento de comunión y de auténtica unidad.