
XXIII ANIVERSARIO CREACIÓN DE
LA DIÓCESIS DE CIUDAD QUESADA,
Miércoles 25 de julio de 2018,
Catedral de Ciudad Quesada, 6:00 p.m.
Hermanos en el Señor:
Sin duda alguna, para nosotros es motivo de profunda alegría y gratitud celebrar un año más de la creación de nuestra Iglesia Particular como Diócesis de Ciudad Quesada. Desde aquel 25 de julio de 1995 al día de hoy han pasado ya 23 años. Celebrar este aniversario diocesano ha de crear en nosotros un sentido más profundo de identidad diocesana, y renovar nuestro impulso y compromiso apostólico-pastoral que nos atañe a todos: fieles laicos, sacerdotes y obispo. Todos participamos de la única misión de la Iglesia, cada uno con lo que le corresponde desde su propia condición.
Asimismo, celebrar este aniversario diocesano, en el contexto de la fiesta litúrgica del Apóstol Santiago el Mayor, nos inspira para animarnos en el impulso apostólico que hemos de tener y, al mismo tiempo, nos pone en contacto con las raíces y fundamentos de la única Iglesia de Jesucristo, fundada sobre la persona de los apóstoles, garantías de fe y de continuidad a través de la historia.
Como siempre, en la celebración eucarística, la Palabra de Dios nos ilumina, anima e impulsa. En la primera lectura de su segunda carta a los corintios, San Pablo nos ha dicho que “llevamos un tesoro en vasijas de barro”.
En efecto, en la Iglesia -que es humana y divina, santa y pecadora a la vez- hemos recibido muchos tesoros de parte de Dios. Ante todo, el tesoro inestimable de la fe que nos hace hijos de Dios y discípulos del Señor. El tesoro del Evangelio que es buena noticia de salvación y palabra de vida eterna, para todas las personas y para todos los tiempos.
Hemos recibido el tesoro de los sacramentos que edifican y santifican la comunidad eclesial como cuerpo de Cristo. La misma Iglesia, como sacramento de salvación, es un tesoro inmenso que hemos recibido de Dios.
Todos estos tesoros, y cual sea cada uno de ellos a nivel individual, los hemos recibido en nuestra propia y frágil humanidad. Allí está el misterio de la misericordia y del amor de Dios. Y hemos recibido todo ello para dar fruto abundante y para hacer crecer la comunidad eclesial que conformamos todos los bautizados en la Iglesia.
Todos estos tesoros, como dice Pablo, muestran la fuerza extraordinaria que proviene de Dios y no de nosotros. Esta fuerza y esta gracia sostienen y animan la Iglesia de Jesús, a fin de que cumpla -fiel y generosamente- su misión hasta el final. Y aquí, en Ciudad Quesada, esta Iglesia somos nosotros, comunidad diocesana que hace presente a la Iglesia única de Jesucristo con todos los medios, dones, carismas y gracias.
Por ello, más allá de pruebas, preocupaciones y hasta persecuciones -que son parte del misterio y de la vida de la Iglesia- no nos falta nada para cumplir el plan del Señor en su Iglesia, aquí y ahora.
Con el relato y enseñanza del evangelio de San Mateo, Jesús nos desafía a ser una comunidad de discípulos y una Iglesia que se distinga por la capacidad de servicio, por la entrega generosa y por su actitud humilde y sencilla. Por ello, en la comunidad de servicio y de servidores que es la Iglesia, nada de buscar puestos y honores, nada de buscar protagonismos y centralidades puramente humanas. Como diría el Papa Francisco, no podemos ni debemos ser una Iglesia “autorreferencial” que se busca y preocupa por sí misma. Hemos de ser todo lo contrario: salir de nosotros mismos, de nuestro propio interés y comodidad. Muchas veces hay que sacudirse y desinstalarse, para caminar, crecer y dar fruto.
Esta mística eclesial consiste en salir, en ir al encuentro de los demás con una indiscutible capacidad no sólo de servir, sino de darse en tiempo, fuerzas y capacidades individuales y comunitarias. Así es como la Iglesia se construye y crece, así es como la Iglesia da testimonio y se hace creíble en medio de tanta duda, cuestionamiento y escepticismo desde algunos sectores hacia ella. Entre menos poder, grandeza y protagonismo, seremos más creíbles y eficaces. Después de la reprehensión y enseñanza de Jesús, así lo entendió el apóstol Santiago hasta dar la vida por el Señor en el martirio, como servicio y testimonio máximo de fe y eclesialidad.
Por ello, hermanos, pidiendo al Señor asumir la mística del servicio, ojalá seamos y actuemos como una Iglesia diocesana sencilla y humilde, como una Diócesis con una clara opción misionera y evangelizadora, una Diócesis capaz de dar testimonio valiente, decidido y convincente de su fe; un testimonio alegre y generoso que atraiga y convenza a muchos sobre la verdad del Evangelio y la sacramentalidad de la Iglesia. Hemos de ser la Iglesia del encuentro, la Iglesia del contacto, del acercamiento, de la respuesta y del compromiso efectivo con las realidades que nos rodean. La “Iglesia que se ensucia las manos”, como suele decir el Papa Francisco.
Todo esto supone -tanto para sacerdotes como para laicos- una verdadera conversión pastoral que nos lleve a un auténtico dinamismo e impulso evangelizador, a asumir actitudes que manifiesten un genuino espíritu de servicio, de entrega y generosidad. Conversión pastoral y eclesial que se note en el testimonio de autenticidad y santidad que estamos llamados todos a dar al interno de la misma Iglesia y hacia el mundo también. Conversión es camino, discipulado constante, capacidad de autoevaluarnos, deseos sinceros y firmes de renovación, superación del hacer siempre lo mismo y de la misma forma. Conversión pastoral y eclesial es mostrarnos siempre agradecidos y alegres por ser Iglesia, por el don de la vocación que hayamos recibido, por el regalo maravilloso de evangelizar, servir y hacer el bien a los demás. Todo esto nos hace ser y actuar como Iglesia, esa es la conciencia y el compromiso con los cuales hemos de caminar y crecer continuamente.
A propósito de esta mística eclesial de evangelización, misión, servicio y testimonio, el Papa Francisco nos dice en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium en su n. 70: “Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc 12,32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva”.
Asimismo, de forma clara, directa y desafiante, Papa nos dice en E.G 127 con relación a ser discípulos, ser Iglesia y dar testimonio: “Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino”. Nos ilustra claramente el Papa que la fe y el ser Iglesia es vida y testimonio.
Finalmente, con motivo de este nuevo aniversario diocesano, quiero recordarles a ustedes, y elevar como plegaria a la vez al Señor, las cinco conclusiones y desafíos pastorales que les planteaba en mi última Carta Pastoral “Y serán mis discípulos” sobre nuestra Iglesia diocesana y su misión evangelizadora hoy.
Estos desafíos son:
1.- Una Iglesia diocesana capaz de vivir en comunión y unidad.
2.- Una Iglesia diocesana capaz de dar testimonio de la fe en el amor.
3.- Una Iglesia diocesana más misionera, alegre y en salida, guiada siempre por el Espíritu.
4.- Una Iglesia diocesana comprometida con los retos de hoy.
5.- Una Iglesia diocesana que, desde este mundo, camina hacia los valores definitivos (cfr. nn. 84-88).
Conscientes -como decía San Juan Pablo II- de que la Eucaristía hace a la Iglesia y que la Iglesia hace la Eucaristía, pidamos al Señor el alimento, la fuerza y el impulso que dimanan de su cuerpo y sangre, a fin de que seamos y actuemos como una Iglesia diocesana viva, alegre, generosa y comprometida con la misión evangelizadora, de servicio y testimonio que ha recibido del Señor, a semejanza de los apóstoles, particularmente de Santiago el Mayor. Caminemos, sirvamos y demos testimonio siempre adelante.
Así sea, amén.