“Comamos siempre de este pan…”

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Domingo 19 de junio de 2022. Catedral de Ciudad Quesada, 11:00 a.m.

Hermanos todos en Jesús Eucaristía:

Qué grandeza la del amor y fidelidad del Señor al cumplir estas palabras suyas: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Hoy, cuando celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, estas palabras de la promesa del Señor se cumplen efectivamente entre nosotros. Cristo sigue vivo y presente en medio nuestro, se ha quedado con nosotros a la manera de lo más necesario y vital que tenemos como lo es el alimento.

Esta solemnidad que hoy celebramos se instituyó desde la Edad Media para confesar la fe de la Iglesia en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y, al mismo tiempo, para tributar homenaje público de alabanza a este augustísimo sacramento del amor de Dios que es fuente, centro y culmen de toda la vida de la Iglesia. Por ello, hoy celebramos y damos infinitas gracias por este amor y fidelidad de Jesús que se perpetúa haciéndose presente en la Eucaristía.

La Eucaristía es sacramento de unidad y comunión entre Dios y nosotros, entre nosotros y nuestros hermanos también. Es el banquete de la salvación y de la nueva alianza, es la fuente de la comunión y de la fraternidad, es alimento y fuerza para todo lo que hacemos en la Iglesia, es origen de toda santificación, es impulso para que vivamos y practiquemos la caridad. Es sacramento de caridad que se nos da para que compartamos amor, solidaridad y servicio con los demás.

Los textos de la palabra de Dios, que hemos escuchado en esta celebración, ponen de manifiesto diversos matices y acentos de este profundo misterio que hoy celebramos, sobre todo la prefiguración y la realidad del don inmenso que entraña la Eucaristía.

Precisamente, la primera lectura del Génesis nos da una especie de atisbo o prefiguración del misterio presentando al sacerdote Melquisedec como anuncio de Cristo: presentó pan y vino para dar gracias por la victoria de Abram y lo bendijo. Pero, sobre todo, ese ofrecimiento es preanuncio de Cristo sacerdote que se entrega y ofrece a sí mismo, con su cuerpo y con su sangre, para alimento nuestro de vida eterna. Entrega y ofrecimiento son expresión de su infinito amor.

Esta prefiguración y anuncio se cumple y realiza en el evangelio de Lucas. Jesús multiplica los panes, da de comer a la multitud, da gracias y bendice a Dios, toma el pan y lo parte, lo entrega a la multitud para que coma. Son gestos y acciones propias de la última cena en la institución de la Eucaristía. Es el milagro de la multitud saciada que encuentra el verdadero alimento en la Eucaristía. Por puro amor, Jesús nos sacia y nos colma plenamente al dársenos Él mismo como este alimento y pan de vida eterna. Por ello, cada vez que celebramos la Eucaristía y nos alimentamos de ella, Jesús multiplica este único pan que es su misma persona para que todos comamos de él.

Aquello que fue prefigurado con Melquisedec y lo que realizó Jesús en la multiplicación de los panes es memorial y actualización de la Pascua del Señor, como nos ha dicho San Pablo, en la segunda lectura de su primera carta a los corintios. Nos recuerda el apóstol las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, y nos enseña que cada vez que comemos de su pan y bebemos de su sangre anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva. Este es el memorial que hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía según el mandato del Señor.

Tras habernos acercado al misterio que hoy celebramos, preguntémonos a qué nos llama y cómo nos implica aquí y ahora.

1. Celebramos la solemnidad del Corpus Christi para tomar conciencia de que la Eucaristía es el centro y el fundamento de la fe: sin alimento no podemos vivir, sin Eucaristía no hay vida cristiana ni fruto apostólico ni vida de santidad. Por ello, Jesús nos dice que “Sin mí nada pueden hacer”. Y a Él lo tenemos vivo y presente en la Eucaristía.

2. La Eucaristía es sacramento de profunda unión con Cristo, pues Él mismo nos dice que: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Qué misterio más íntimo y sublime de unión amorosa con el Señor, se trata de alimentarnos y saciarnos de Cristo mismo, el único que nos puede llenar plenamente de su amor y de sus palabras de vida eterna. Por ello también nos dice: “El que viene a mí no tendrá más hambre y el que cree en mí no tendrá más sed”.

3. La Eucaristía es signo de unidad y vínculo de caridad, como decía San Agustín. Es el sacramento del amor que crea la comunión, suscita la fraternidad y hace posible la caridad de unos con otros. Por ello, participar de la Eucaristía y recibir el cuerpo y la sangre de Cristo deben hacernos más hermanos, más solidarios y más misericordiosos. Como la multitud del evangelio, hay muchos que hoy en día tienen hambre de pan, de verdad, de afecto, de felicidad, de cercanía y de caridad. Todas estas hambres y el alimentarnos de la Eucaristía tienen que llevarnos a ser más sensibles y amorosos.

Al dar gracias, en este día, por el inmenso e infinito regalo de la Eucaristía, pidamos al Señor tomar cada día más conciencia de la santidad y sublimidad de este sacramento. Que nos disponga a participar de él con la preparación, el respeto y disposición que requiere este sacramento que es lo más grande y santo que tenemos en la Iglesia. Que además de la celebración de la Santa Misa, seamos capaces de llevar una vida de rodillas, a través de la adoración eucarística, con tantas intenciones por las cuales hemos de dar gracias y al mismo tiempo pedir al Señor.

Actualmente, nos encontramos en la Iglesia en un proceso y camino sinodal que nos invita a caminar juntos bajo el lema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Sin duda, la disposición para ser una Iglesia que camina junta en comunión y unidad, y que cumple su misión evangelizadora, viene del alimento eucarístico que la fortalece e impulsa a ser siempre una Iglesia en salida. Pidamos por el fruto de todo este proceso sinodal que busca motivar y animar a la Iglesia para estar siempre en camino y en misión.

Que el Señor nos mantenga siempre unidos en la fe y en el amor que han de traducirse en obras concretas de caridad, inspiradas y sostenidas por este sacramento eucarístico. Comamos siempre de este pan para fortalecernos en el camino presente y para orientar todo nuestro ser a la vida eterna que este sacramento nos promete.

Para siempre sea alabado el Señor Sacramentado. En el cielo y en la tierra vuestro nombre sea alabado.