
Celebración de la Pasión del Señor, Viernes Santo, 15 de abril de 2022.
Catedral de Ciudad Quesada, 4:00 p.m.
Mons. José Manuel Garita Herrera.
Obispo de Ciudad Quesada.
Hermanos todos en el Señor:
Este Viernes Santo nos encontramos en el primer día del Triduo Pascual. Hoy la Iglesia no celebra la Eucaristía, sino que el centro es esta celebración de la pasión y muerte del Señor que tiene como signo característico la cruz de Cristo. Estamos en una de las celebraciones más impresionantes y conmovedoras, pues, hoy, Viernes Santo, es el día de la entrega amorosa y extrema de Jesús hasta la muerte, pasando por su pasión dolorosa. Hoy es un día para detenernos y contemplar, con silencio reverente, este amor inmenso; detenernos para dejarnos envolver por el infinito y salvífico amor de Dios, manifestado en su Hijo, el cordero manso e inocente que se entrega obedientemente a la muerte por nuestra redención.
La pasión evoca dolor y sufrimiento, pero sobre todo hoy no celebramos el dolor y la tristeza, sino el amor. La pasión y la muerte de Jesús son un acto voluntario de entrega del Señor, expresión del amor más grande por medio del cual hemos sido redimidos. Hoy contemplamos y adoramos especialmente la cruz: ella es el árbol de la vida, ella es el trono de gloria donde ha sido exaltado Jesús como Dios y como Rey, después de haber sido humillado y despreciado. La cruz manifiesta el amor inmenso de Dios que no tiene límites en la ternura, la misericordia y el perdón que nos da. Hemos sido salvados a precio de la sangre de Cristo que nos ha purificado. Valemos la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención. Este es el extremo del amor de Dios por nosotros.
Los impresionantes textos de la Palabra de Dios, que se nos han proclamado, desvelan este misterio extremo de amor, amor salvífico y redentor.
El cuarto cántico del siervo de Dios, en la primera lectura de Isaías, nos prefigura la pasión de Cristo con detalles dramáticos y precisos que revelan este extremo de amor por nosotros. El siervo se entrega por los pecadores, por ello, “Muchos se horrorizaron porque estaba desfigurado … ya no tenía aspecto de hombre … despreciado y rechazado, varón de dolores … Soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores … humillado, traspasado por nuestras rebeliones … por sus llagas hemos sido curados”. Impresionante descripción de la entrega amorosa del siervo; por ello, se ofrece como cordero inocente, cargando los pecados del pueblo, se deja llevar en silencio como cordero al matadero. Acepta libremente la muerte para liberarnos de nuestras culpas.
Este siervo y cordero que se entrega es Cristo, que muere cuando se inmolan en el Templo los corderos para la Pascua. Su entrega es el verdadero sacrificio pascual y lo hace entregándose como sumo sacerdote que se compadece de nuestros sufrimientos, porque él ha pasado por el sufrimiento, nos decía la carta a los hebreos en la segunda lectura. Se entrega y se inmola obedeciendo, a pesar de ser Hijo. Obedeció padeciendo, por eso su sacrificio es perfecto y es causa de salvación para nosotros. Por tanto, Cristo crucificado es el verdadero Cordero Pascual. ¡Qué extremo y locura de amor!
El solemne e impresionante relato de la pasión según San Juan, pone de manifiesto afirmaciones de capital importancia que expresan el inmenso amor de Dios. La pasión de Cristo no es un fracaso; es más bien su glorificación, es exaltado en la cruz, reina desde la cruz para salvarnos. El crucificado es Dios, por eso su muerte es triunfo glorioso para nosotros. Hoy contemplamos a Jesús levantado en la cruz; él nos atrae con la fuerza transformante del amor de Dios; dejémonos atraer siempre por su amor infinito. Hoy miramos con fe y esperanza al que ha sido traspasado y que es causa de salvación y redención para todos nosotros. De su corazón traspasado ha brotado sangre y agua, ha nacido la Iglesia como sacramento de salvación. Dirigimos nuestro corazón al que muere y dice “Todo está consumado”, pues ha cumplido a la perfección el plan amoroso del Padre; se ha entregado para que con su muerte gloriosa tengamos vida y vida eterna. De verdad que “nadie tiene amor más grande que Aquél que da la vida por los que ama”. De verdad, Cristo ha cumplido todo por nuestra salvación. Amor extremo e infinito, amor desconcertante, incomprensible, amor total.
Dentro de poco vamos a adorar la cruz no por su expresión material, sino por su significado profundo y salvífico. La miramos, contemplamos y adoramos porque es el árbol de la vida, es nuestra esperanza, en ella estuvo el Salvador y es la expresión inequívoca de su amor infinito. La cruz debe recordamos siempre el precio que Dios ha pagado por nuestra salvación y redención.
Cristo ha muerto en la cruz, pero también, hoy en día, muchos cristianos, hermanos nuestros, en Medio Oriente y en muchas partes del mundo, son perseguidos y asesinados por el solo hecho de ser cristianos. Pidamos por todos los que sufren a causa de su fe cristiana. Que la cruz de Cristo les dé fuerza y esperanza; que el Señor los sostenga y anime; que les fortalezca con su pasión gloriosa. Este Viernes Santo oramos especialmente por el conflicto bélico en Ucrania; pedimos fervientemente el don de la paz.
Terminaremos nuestra liturgia de hoy con la comunión eucarística, esta comunión nos hace participar de la muerte gloriosa de Cristo y de sus frutos de salvación. La sagrada comunión nos hace entrar en la alianza sellada con la sangre del Cordero de quien nos ha venido la redención eterna.
¡Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos! ¡Porque con tu santa cruz y muerte redimiste al mundo! Amén.