Defender y promover la vida

“Al contemplar la maternidad de María, la Iglesia descubre el sentido de su propia maternidad y el modo con que está llamada a manifestarla. Al mismo tiempo, la experiencia maternal de la Iglesia muestra la perspectiva más profunda para comprender la experiencia de María como modelo incomparable de acogida y cuidado de la vida”.

Estas palabras están contenidas en la Encíclica Evangelium vitae, n. 102, publicada por San Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1995, en el marco de la Solemnidad de la Anunciación del Señor.

Esta celebración no puede pasar inadvertida para ningún católico: debe estar en el corazón de la vida del creyente y al mismo tiempo debe ser aliciente para proclamar y defender el don sagrado de la vida como nos exhortaba entonces el Santo Padre.

A casi treinta años de la promulgación de esta Encíclica, recordamos las claras advertencias que entonces hacía San Juan Pablo II sobre las diferentes propuestas contra la vida, y que lamentablemente se han ido propagando y aumentando con el paso de los años.

“Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad: ‘En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo’ (Jn 8, 34)”, decía el Santo Padre en el numeral 20 de la Encíclica.

A ejemplo de María, la Iglesia hoy, y cada uno de sus hijos, debe mantener la lucha en defensa de la vida, desde su concepción hasta su muerte natural. La Iglesia no es una institución que, para prevalecer, deba acomodar el mensaje que le ha sido dado por su fundador, Jesucristo. Apostar por una cultura de la vida en contra de lo que se propaga como cultura de muerte debe ser también un ideal de las personas de buena voluntad que quieren contribuir a una mejor sociedad.

Sabemos que no está de moda ir en contra de aquello que se promociona con fuerza en los medios de comunicación, o que es alentado por fuertes grupos económicos para reducir la natalidad o para generar leyes que permitan el aborto o la eutanasia; sin embargo, nuestro llamado es seguir el Evangelio de la vida que promovía Jesús y que anuncia la Iglesia. Este es, desde luego, un llamado a ir contra corriente.

“En efecto, la hostilidad de las fuerzas del mal es una oposición encubierta que, antes de afectar a los discípulos de Jesús, va contra su Madre. Para salvar la vida del Hijo de cuantos lo temen como una amenaza peligrosa, María debe huir con José y el Niño a Egipto (cf. Mt 2, 13-15). María ayuda así a la Iglesia a tomar conciencia de que la vida está siempre en el centro de una gran lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”, (Evangelium vitae, n. 104).

Así como lo exponía San Juan Pablo II es una lucha del bien contra el mal, lo fue hace más de dos mil años, lo era hace unas décadas atrás y lo es hoy en día. Elegir el bien, el llamado que nos hace el Señor y dar testimonio de ello, ha de ser nuestro inclaudicable compromiso cristiano.

Pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, la fuerza que ella tuvo para que podamos ser verdaderos testigos del Evangelio, para que podamos hacer frente al mal que se nos quiere imponer y ser valientes para promover y defender la vida en todo ámbito en que nos encontremos.

Fermento 260. Martes 21 de marzo, 2023