
Hace más de dos mil años, en la quietud de la noche, un acontecimiento marcó para siempre a la humanidad y transformó por completo el destino de todos nosotros: el nacimiento de Jesucristo.
Hoy, en medio del trajín que tenemos en la sociedad, estamos a la espera de conmemorar este hecho central de nuestra fe. En medio del bullicio, la Navidad del Señor nos lleva a reflexionar sobre lo que somos y lo que hacemos.
Cuando vivimos tiempos de conflicto, odio, injusticia y corrupción, volvemos nuestra mirada al Niño que nace, al Dios-Hombre que nos trae la esperanza, la paz y el amor. Sólo él nos puede dar verdadera salvación.
El Niño que esperamos es el verdadero “Príncipe de la Paz” que anunciaba el profeta Isaías; él es el que instaurará un verdadero reinado de justicia y de paz; por ello, también, desde el Evangelio los ángeles proclaman al nacer Jesús: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres”.
El nacimiento de Jesús es el acontecimiento salvífico que pone en paz a los hombres con Dios; es el maravilloso regalo que da verdadera esperanza a la humanidad, que nos hace trascender y nos pone como meta la vida eterna.
El Verbo eterno del Padre se ha hecho vida y luz concreta en la realidad de nuestra carne, para darnos vida y vida en abundancia que se traduce en salvación y redención para el género humano.
Dios quiera que la reflexión que hemos venido haciendo en estos días de Adviento nos ayude a entender de un mejor modo el mensaje de la Buena Noticia, para transformar la realidad en que vivimos, para ser mejores cristianos, para testimoniar que somos hijos de aquél que es la vida.
A pocos días de la Navidad, renovémonos en la esperanza de sabernos salvados; seamos verdaderos testigos de la luz que brilla y alcanza a toda la humanidad. Como creyentes, estamos llamados a llevar este anuncio del nacimiento del Hijo de Dios a aquellos que no lo conocen y a aquellos que han perdido la esperanza. El nacimiento de Jesús es la luz para iluminar las oscuridades de nuestra vida.
Pidamos al Dios de la paz y el amor, que nace en Belén, para que proteja a nuestro país; que nos permita encontrar caminos de mayor igualdad, con posibilidades de surgimiento y desarrollo para casi un millón y medio de personas que viven en la pobreza; que no nos dejemos vencer por la criminalidad.
Sigamos también elevando nuestra súplica para que se acaben los conflictos armados que atentan contra la paz en varias naciones; pidamos a Dios que se terminen las persecuciones contra los cristianos y las tiranías que afectan los derechos y dignidad de muchísimos hermanos en el mundo.
Dispongámonos, nosotros, con la conmemoración de la Navidad del Señor, para que Dios nazca en nuestros corazones y podamos fortalecernos con los dones de justicia, paz, amor y misericordia que nos trae.
Para todos, como pastor de la Iglesia costarricense, desde ya, les deseo una Santa Navidad, llena de frutos espirituales y materiales; que el Señor les cumpla los anhelos que tienen en sus corazones.
Fermento 247. Martes 20 de diciembre, 2022