
Ordenación diaconal de Fray Ronald Enrique Céspedes Jiménez OSA. Jueves 20 de abril de 2023, Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, Venecia, 6:00 p.m.
Hermanos todos en el Señor:
En este hermoso y gozoso tiempo pascual, en el cual nos encontramos, tenemos la gracia y la dicha inmensa de celebrar la ordenación diaconal de Fray Ronald Enrique Céspedes Jiménez, de la Orden de San Agustín, quien ha formado y forma parte de la comunidad agustina que acompaña pastoralmente a esta Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria de Venecia. Especial gratitud al P. Prior Provincial, al P. Glen Arauz, al P. Paco Robles, párroco de Venecia, y a las demás autoridades de la Orden por haberme solicitado presidir esta celebración. Saludo a todos ustedes aquí presentes: sacerdotes diocesanos, frailes y formandos de la Orden de San Agustín; familiares, amigos y compañeros de Fray Ronald, fieles laicos de esta comunidad parroquial y a quienes nos acompañan a través de la transmisión de este rito sagrado. Gracia y paz para todos en Cristo Resucitado.
Comparto con ustedes algunos pensamientos generales sobre el grado del diaconado como parte del orden sacerdotal, dirigidos a todos ustedes, pero, de manera especial, a Fray Ronald. Diácono es sinónimo de servidor. Servidor al estilo de Jesús: pobre, humilde, generoso, de corazón grande, capaz de asumir la cruz y dar la vida, dispuesto a ser el último y el esclavo, pronto a darse a tiempo y destiempo, sin cálculos ni reservas.
A este propósito, en su sermón 356 sobre la vida de los clérigos, decía San Agustín: “Los diáconos son pobres por don de Dios y esperan en su misericordia. Al no disponer de nada, dieron fin a sus ambiciones mundanas; viven con nosotros en comunidad, y la unidad de la caridad ha de ser antepuesta a la comodidad terrena”. Como le es característico, el obispo y doctor de Hipona nos ha hablado con meridiana claridad sobre el diácono. Así pues, diaconía es capacidad de servir desde la pobreza y la sencillez; es capacidad de dar la vida desde la caridad y la unidad.
Por tanto, el diácono, en cuanto servidor, nunca ha de pensar en sí mismo; entiéndase, en buscar su propia comodidad, conveniencia o ventaja. En este sentido, también, San Policarpo de Esmirna decía que “el diácono debe actuar según la verdad del Señor que se hizo siervo de todos”. Servicio, servidor, siervo: la lógica de Jesús en el dar la vida. Así debe ser y actuar el diácono.
Como parte del tercer grado del sacramento del orden, el diácono, por la imposición de manos, se convierte en inmediato colaborador del obispo y de la Iglesia en el anuncio de la Palabra; en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad hacia los más pobres y necesitados. Asimismo, el diácono se convierte en clérigo y se incardina, en el caso Fray Ronald, a la Orden de San Agustín, en cuanto instituto religioso clerical, y al cual se vincula a título de pertenencia y dedicación a su servicio con mística de consagración, sobre todo a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Ya ordenado, el diácono podrá administrar el bautismo, presenciar el matrimonio, llevar el viático, presidir las exequias y dirigir la homilía, entre otras funciones. Por tanto, se trata de un ministro (servidor, siervo) de Jesucristo y de la Iglesia: es llamado y ordenado para servir y no ser servido; para entregarse con humildad, sencillez, discreción y generosidad a través de un testimonio probado. En ese espíritu asume el compromiso del celibato, acogido como don precioso de Dios para consagrarse íntegramente a Cristo y a la Iglesia con el gozo y la alegría del Evangelio. Y también asume el compromiso de la oración en la liturgia de las horas, rezando por las necesidades de la Iglesia y el mundo. Fray Ronald, este es el don y el misterio maravilloso que recibes hoy, a través de la ordenación diaconal. Este es el don y el misterio de nuestra vocación, como decía San Juan Pablo II; regalo inmenso que recibimos no por mérito nuestro, sino por pura misericordia de Dios.
Los textos de la Palabra de Dios, que corresponden a la Misa ritual de la ordenación diaconal, resaltan claramente el valor del servicio que hemos destacado desde el inicio, y que distingue esencialmente al diaconado, el cual, según la enseñanza conciliar, está en orden al ministerio (cfr. LG 29).
Por ello, vemos desde el Antiguo Testamento, en la primera lectura del libro de los Números, cómo el Señor manda a Moisés que los levitas se pongan al servicio del sacerdote Aaron y también al servicio cultual de la Tienda o Carpa del Encuentro como Morada de Dios. Servicio al culto, al sacerdocio y a las necesidades de la comunidad también.
En clave cristiana, el servicio se identifica claramente con el amor y la caridad; lo acabamos de conmemorar el recién pasado jueves santo. Servir es amar y dar la vida. Es la esencia de la enseñanza de Jesús en el evangelio de San Juan que escuchamos: nos invita a permanecer en su amor; nos da el mandamiento nuevo del amor, que consiste en amarnos unos a otros de la misma forma y en la misma medida como el Señor nos ha amado a nosotros; y lo sabemos, lo ha hecho hasta el extremo de dar la vida. Por ello, hoy nosotros, sus amigos y discípulos, estamos llamados a amar sirviendo y dando la vida ¡Cuánto más el diácono como servidor ordenado y cualificado! Fray Ronald, por puro amor el Señor Jesús te ha elegido, te ha llamado para amar y servir dando fruto abundante y duradero, a través del ministerio diaconal que hoy recibes por mediación de la Iglesia.
Fray Ronald, para servir amando y amar sirviendo, da siempre primacía e importancia a la gracia de Dios, como te enseña tu padre San Agustín, Doctor de la Gracia. Nuestra vocación es gracia; todo lo que somos y tenemos es gracia; el fruto que nos pide Jesús y que podamos dar es gracia. Sólo con la gracia de Dios podemos servir fielmente y mantener nuestro sí hasta el final.
Estamos celebrando esta ordenación en el contexto de la Eucaristía. Para San Agustín, la Eucaristía es “signo de unidad y vínculo de caridad”. Fray Ronald y hermanos todos, que la presencia real de Cristo en la Eucaristía sea para todos nosotros fuente de alimento, fortaleza, comunión, santificación y vivencia profunda del amor divino, para vivir amando y sirviendo hoy y siempre.