
Natividad del Señor 2021
Misa de la noche, viernes 24 de diciembre
Catedral de Ciudad Quesada, 7:00 p.m.
Hermanos todos en Jesús que ha nacido:
En el silencio, la sencillez y la paz de esta noche santa, celebramos el gran misterio del amor salvífico de Dios, que se ha manifestado en la venida y nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, Mesías y Salvador, nacido en María Virgen en Belén. Con el nacimiento de Jesús se ha manifestado el amor extremo, definitivo y desmedido de Dios: se hace hombre y toma nuestra carne para realizar luego el misterio pascual de su muerte y resurrección. Navidad y Pascua son un único misterio por el Dios que se hace hombre para salvarnos y redimirnos desde nuestra carne.
Esta noche santa de la Natividad del Señor es una noche de contrastes, empezando porque se unen lo divino y lo humano en la persona del Mesías y Salvador que nos ha nacido. Por consiguiente, esta es una noche para contemplar y glorificar hasta dónde ha llegado el amor de Dios por salvarnos y redimirnos. Contraste entre la noche, la sombra, la tiniebla y la oscuridad, con la luz, la alegría, el gozo y la gloria del Niño que nos ha nacido. Anunciaba Isaías, en la primera lectura, el nacimiento de un niño para que “el pueblo que caminaba en las tinieblas viera una gran luz”. Un niño que traería una gran alegría y un gozo inmenso. En medio de la oscuridad de la noche, cuando Jesús nace en Belén, nos dice el evangelio de Lucas que “el ángel del Señor se apareció a los pastores, y la gloria de Dios los envolvió con su luz”.
Esta noche santa es de contrastes, porque mientras se vivían tiempos de conflicto, odio, injusticia y corrupción, en medio de todo ello nace la esperanza, la paz y el amor. El Niño que nos ha nacido es el verdadero “Príncipe de la Paz” que anunciaba Isaías, él es el que instaurará un verdadero reinado de justicia y de paz; por ello, en el evangelio los ángeles proclaman al nacer Jesús: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres”. Ningún poder, líder o gobernante humano puede dar verdadera paz y auténtica justicia. El único que puede salvar definitivamente es el Niño que nos ha nacido, el Hijo de Dios que ha asumido nuestra carne para realizar un maravilloso intercambio con la humanidad, levantándola así de su antigua caída a causa del mal y del pecado.
Esta noche santa es de contrastes entre la majestad, la omnipotencia y la gloria que son propias de Dios, y la pequeñez, la pobreza, la fragilidad y la humidad en las que se manifiesta el nacimiento del Hijo de Dios. Ha querido nacer en un pesebre y envuelto simplemente en pañales; no ha nacido entre los grandes y poderosos que viven en palacios, sino entre los olvidados y marginados como eran los pastores; pero nace en medio de ellos, porque él es el verdadero y único Pastor de su pueblo. Desde la pobreza extrema del pesebre empieza el camino de amor y fidelidad totales de Jesús que llegará hasta la cruz, donde entregará a la muerte su cuerpo que hoy ha nacido en Belén. La forma en que nace Jesús pone de manifiesto el contraste entre el poder humano, político y económico, con la paz, el amor y la salvación que sólo el Hijo de Dios nos puede dar. Él es el verdadero Señor y el único Salvador. A él contemplamos nacido humilde y pobre en Belén. Esta es la desconcertante pedagogía de Dios que supera absolutamente la apariencia, el poder, el orgullo y la autosuficiencia que humana y velozmente se desvanecen ante nuestros ojos.
Con el nacimiento de Jesús, la historia humana adquiere totalmente un nuevo significado, pues se orienta a otros destinos, los destinos de amor, salvación y redención; destinos de auténtica liberación de cualquier injusticia, tentación de poder, prestigio o riqueza. Todo ello pasa y se acaba ante el contraste del amor salvífico de Dios. Por ello, podemos decir con el apóstol Pablo, en la segunda lectura, que “la gracia de Dios se ha manifestado para salvar a los hombres” con la venida y el nacimiento del Señor Jesús, para que, superando todo lo mundano, llevemos una “vida sobria, justa y fiel a Dios”; para eso ha nacido Cristo nuestro Salvador y nuestra esperanza.
Hermanos, del misterio entrañable del Nacimiento del Señor, porque Navidad es Jesús, aprendamos de quién viene el verdadero amor y la paz, en medio de tanto egoísmo y violencia. Aprendamos quién nos enseña la humildad y la sencillez verdaderas, de frente a tanto orgullo y prepotencia. Aprendamos de quién nos viene el gozo y la alegría que no se acaban, pues el mundo y sus cosas nos dejan vacíos y desencantados. Aprendamos de la solidaridad, cercanía y compasión de Aquél que nos ha nacido y que se ha identificado íntimamente con nuestra humanidad y pobreza; solidaridad tan necesaria de frente a tantísimos que tienen poco o nada y poquísimos que tienen escandalosamente de sobra.
Hermanos, Navidad es Jesús que ha nacido y nace entre nosotros. Por ello, ustedes y yo, personas creyentes, celebramos desde la fe este acontecimiento entrañable de amor, gracia, paz y salvación. Estas no son simplemente “felices fiestas”, caracterizadas por el bullicio, el derroche y la dispersión social. Esta es noche de paz, noche de amor y salvación; Jesús mismo es el motivo del gozo y alegría que experimentamos. Este gozo y alegría queremos y debemos compartirlos con todos, porque el gran reto es que Jesús nazca en nuestros corazones con su amor y paz; sólo así, cambiando nuestros corazones desde el amor de Dios, el mundo podrá renovarse en solidaridad, justicia y paz. Este es el anhelo que brota desde lo más hondo de nuestros corazones; en esto consiste desear, compartir y celebrar una feliz y santa Navidad con los nuestros, con los cercanos y los lejanos, y con el mundo entero. El nacimiento de nuestro Señor, Mesías y Salvador es la buena noticia que nos causa gran alegría en esta noche santa. Él es nuestra paz y nuestro amor.
Amén.