Hacer vida lo que oímos, anunciamos y creemos…

San Antonio de Padua,

Fiesta patronal Parroquia de Pital,

Lunes 13 de junio 2002, 6:00 p.m.

Hermanos todos en el Señor:

Ante todo, doy gracias a Dios por encontrarme nuevamente entre ustedes, en esta querida comunidad parroquial de Pital, dedicada a San Antonio de Padua (fraile franciscano, presbítero y doctor de la Iglesia), cuya fiesta litúrgica nos concede el Señor celebrar hoy, quien vivió entre 1195 y 1231, es decir, entre los siglos XII y XIII. Agradezco al P. Rogelio y al P. Mario por la amable invitación que me han hecho para presidir esta Eucaristía. Ruego al Señor por ustedes y ofrezco esta Eucaristía por toda la comunidad parroquial, a fin de que renueven, día a día, su seguimiento fiel del Señor, su amor sincero a la Iglesia y la firme resolución de conocer más e imitar cada vez mejor las virtudes del gran Santo de Padua, a quien tienen ustedes la gracia de tener por patrono parroquial.

Quisiera iniciar mi sencilla y breve reflexión a partir de la oración colecta de la Misa que recién hemos rezado. Ella destacaba dos elementos esenciales de la vida de San Antonio: fue un predicador insigne; y ha sido y es un intercesor eficaz del pueblo de Dios. Me parece que también son dos vertientes fundamentales de nuestra vida cristiana para nosotros hoy, traducidas en las acciones concretas de predicar (anunciar) la palabra de Dios y dar testimonio de nuestra fe.

1.- Predicar y anunciar la palabra de Dios:

Conscientes y convencidos de nuestra fe, tenemos necesariamente que hablar de Dios, de su palabra, de los valores evangélicos que hemos recibido desde el bautismo. No debemos ser cristianos-católicos mudos, callados, acomplejados o timoratos ¿Cuánto hablamos de Dios, de su palabra y de nuestra fe? ¿Lo hacemos con convicción, seguridad y valentía? Sin duda alguna, en este sentido San Antonio nos reta a hacerlo: él predicó a tiempo y a destiempo, anunció a Jesucristo a propios y a extraños, no se echó atrás ante las dificultades y pruebas. Toda su profunda y sólida formación en la Sagrada Escritura, en los Padres y Doctores de la Iglesia la utilizó eficazmente para evangelizar, predicar, anunciar y corregir errores de la época. Cuánto necesitamos de todo ello hoy en día. Antonio tomó en serio la palabra del profeta Isaías, asumida luego por Jesús, “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena noticia …”

Si estuviéramos convencidos de ello como San Antonio, cuánto bien, novedad y transformación podríamos aportar a una cultura que cada vez es menos humana y cristiana, lamentablemente. Ahí está el reto; acá tenemos un campo concreto para imitar a San Antonio, aquí y ahora. Sintámonos elegidos y enviados como los 72 de los cuales nos hablaba el evangelio de Lucas: Jesús los envía a predicar y a hacer maravillas; se pusieron en marcha y en camino; cumplieron la misión como corderos en medio de lobos; no llevaban más que su confianza en la providencia de Dios. Así lo entendió, creyó e hizo San Antonio; le bastaron para ello tan solo 36 años de vida. Ahora nos toca a nosotros el desafío y la misión.

2.- Dar testimonio de nuestra fe:

Sin negar lo que acabamos de decir, sobre la necesidad de predicar y anunciar; no obstante, en uno de sus célebres sermones, San Antonio decía: “La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras …” Como decimos popularmente, “hay que pasar de las palabras a los hechos”. En clave cristiana, pasar del anuncio y la predicación a la vivencia y al testimonio; hacer vida lo que oímos, anunciamos y creemos; vivir conforme a los valores del Evangelio con un testimonio de vida cristiana coherente, luminoso, comprometido y eficaz.

En muchas ocasiones, al igual que Jesús, San Antonio corroboraba y confirmaba con hechos milagrosos aquello que predicaba con fuerza y convicción. Pasaba, pues, de las palabras a los hechos; hacía creíble lo que anunciaba; convencía, llegaba a los corazones para convertirlos y dirigirlos a Dios. Sus no pocas acciones milagrosas durante su vida terrena, y después de ella en su intercesión como Santo, ponen de manifiesto esta característica tan reconocida a San Antonio de ser intercesor fiel y eficaz para el pueblo cristiano.

Decía San Pablo, en la segunda lectura, que “lo que se busca en un servidor es que sea fiel”. Antonio fue fiel a su Señor, a su Evangelio, a sus creencias y convicciones, a su amor a la Iglesia, a su vocación de franciscano; en fin, fue fiel a todo lo que Dios le encomendó. Acá tenemos otro fuerte y trascendental reto: ser fieles al propósito de vida, a la vocación y a la misión que el Señor nos ha encomendado; ser fieles a nuestra primera vocación bautismal de hijos de Dios e hijos de la Iglesia. Acerca de nuestra fidelidad o no, se nos examinará al final de nuestra vida, y de ello dependerá nuestro destino eterno. Por consiguiente, pasemos de las palabras a los hechos; hagamos vida en todo momento y circunstancia nuestra fe, no solo en ocasiones aisladas o esporádicas.

Por tanto, hermanos, como fruto de esta fiesta de San Antonio y de la celebración de esta Eucaristía, vamos a pedir al Señor que nos encienda de verdad en su amor divino; que nos dé la fuerza del Espíritu para evangelizar, predicar y anunciar su palabra como lo hizo San Antonio, nuestro “Doctor Evangélico”. Pero que, después de escuchar, anunciar y predicar, nunca olvidemos que hemos de pasar de las palabras a los hechos, es decir, a dar testimonio de lo que creemos por la fe, para que, como decía el salmo 88 de esta Misa, podamos exclamar “cantaré por siempre las misericordias del Señor, anunciaré su fidelidad a todas las naciones”. Así lo hizo San Antonio siempre y hasta el final. Hagámoslo nosotros también. Amén.

¡San Antonio de Padua! Ruega por nosotros.