Imitemos a la Virgen María

La Iglesia Católica dedica el mes de mayo a la Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra. Más allá de la tradición, nos confiamos a María Santísima por su ejemplo de entrega a Dios, porque intercede por nosotros y nos guía en el camino de nuestra fe. Quiera el Señor que este mes no pase inadvertido para los creyentes que nos confiamos al amor materno de María.

Como Madre amorosa, sabemos y estamos seguros de que ella nos acoge y escucha, que intercede por nosotros ante el Señor, que nos acompaña y cuida en todo momento y circunstancia de nuestras vidas e historias. Queremos aprender de su fe, humildad, docilidad y generosidad. Este mes nos debe ayudar a recordar y acoger su llamado con relación a Jesús: “Hagan lo que él les diga”.

“Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que ‘ha creído’, y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más estos hijos perseveran en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la ‘inescrutable riqueza de Cristo’ (Ef 3, 8)”, nos decía San Juan Pablo II en su Encíclica, Redemptoris Mater, n. 46.

Necesitamos de la fe de María en nuestros tiempos, una fe sin temores que podamos vivir y atestiguar; una fe que podamos manifestar con alegría y compartir a los demás. María nos enseña, por medio de la fe, el amor cristiano que también hemos de practicar, sin condiciones, que nos permita amar hasta el extremo y nos acerque al camino de la cruz para poder llegar a la resurrección.

Como nos señala el Papa Francisco, la Virgen María nos enseña el camino al cielo, y esto es lo más importante en la vida de todo creyente: nuestra salvación. La meta está en la eternidad; no podemos perder de vista que hemos sido creados para la patria celestial.

“La Virgen, por tanto, profetiza: profetiza que no son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino el servicio, la humildad y el amor. Mirándola en la gloria, comprendemos que el verdadero poder es el servicio y que reinar significa amar. Y que este es el camino al cielo”, decía el Santo Padre tras el rezo del Ángelus el pasado 15 de agosto de 2022.

Ella misma subió asunta al cielo y nos muestra que es posible alcanzarlo para todos nosotros sus hijos. 

La glorificación y la resurrección plena, que vemos consumada en María, es precisamente el futuro final que esperamos alcanzar después de esta vida y luego del paso a través de la muerte. Estamos llamados a la plenitud de la resurrección y a la participación de la gloria de Cristo de las cuales ya goza plenamente María. Esa es nuestra esperanza y nuestra meta final.

Que el ejemplo de María nos permita dar testimonio vivo del amor de Dios en nosotros, para que podamos proclamarlo al mundo y vivirlo entre nosotros siendo mejores cristianos.

El gran desafío en el mundo de hoy es que podamos vivir y manifestar nuestra fe, que tengamos conciencia de que nuestro destino se encuentra en manos de Dios y que nuestra meta es el cielo. Dejémonos acompañar por María, seguros de que ella nos llevará siempre al Señor.

Fermento 266. Martes 2 de mayo, 2023