
“Que haya paz en la martirizada Ucrania, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada. Que un nuevo amanecer de esperanza despunte pronto sobre esta terrible noche de sufrimiento y de muerte. Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. ¡Paz!”.
Este fue el clamor del Papa Francisco durante el Domingo de Resurrección, el pasado 17 de abril, en su mensaje Urbi et Orbi, dirigido desde el balcón central de la Basílica Vaticana. ¡Todos debemos unirnos a este mensaje de Su Santidad!
Pocas voces han levantado, con tanta fuerza, la necesidad de que haya paz en el mundo, como lo ha sido la voz del Papa y, digamos también, como lo ha sido históricamente la voz de la Iglesia.
El Papa Francisco incluso recordó, el Domingo de Pascua, la necesidad de que haya paz en Medio Oriente, Líbano, Siria, Irak, Libia, Yemen. También pidió reconciliación para Myanmar y Afganistán.
El Papa pidió paz para el continente africano, pero también pidió compañía de parte de Dios a los pueblos latinoamericanos afectados por la pandemia, que han visto empeorar sus condiciones sociales “agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”.
Muchas cosas podemos pedirle al Señor, pero, si no tenemos paz, estaremos debilitando la dignidad humana; sin paz, no podrá haber progreso social; si millones de nuestros hermanos en el mundo, sufren de extrema pobreza y abandono, tampoco podremos encontrar paz.
Necesitamos paz, hermanos, también en nuestro país, en nuestras comunidades, en nuestras familias y trabajos. Parece, muchas veces, que vivimos en guerra constante, en la cual se alimenta el odio. Las redes sociales dan cuenta de ello.
Las noticias constantes de asesinatos, de penetración del narcotráfico, son también aspectos que deben preocuparnos y ocuparnos en Costa Rica.
También, vemos un constante descuido de la vida de las personas, sobre todo cuando se circula en las carreteras, convertidas muchas veces en escenarios de violencia y muerte.
Hago eco, una vez más, de las palabras del Santo Padre: “¡No nos acostumbremos a la guerra!”. No nos acostumbremos a la violencia. No nos dejemos llevar por el odio, el rencor y la venganza.
Ahora, que vivimos el tiempo pascual, pidamos al Señor Resucitado que nos conceda su paz. La paz es precisamente uno de los frutos pascuales que nos otorga Jesús; es uno de sus dones cuando se aparece a los apóstoles después de la resurrección, y es un don que también debemos pedir en nuestras oraciones.
Que cada uno de nosotros pueda ser instrumento de paz, como lo señalaba en su oración San Francisco de Asís; que podamos ser portadores de buenas noticias, de amor, de la alegría del Evangelio. Los creyentes tenemos una mayor responsabilidad para construir paz en donde nos encontremos; pero también, toda persona de buena voluntad puede contribuir para que aspiremos a vivir en armonía, fraternidad y paz.
Fermento 213. Martes 26 de abril, 2022