Jesús, el más grande y maravilloso regalo que se nos ha dado

Natividad del Señor, Misa de la Noche.

Sábado 24 de diciembre de 2022,

Catedral de Ciudad Quesada, 7:00 p.m.

Hermanos todos en el Señor Jesús que nos ha nacido:

En esta noche santísima, al ponernos de frente al misterio central de nuestra fe que celebramos y del acontecimiento histórico culminante que recordamos, es preciso que nos centremos en lo esencial, y que lo recordemos debidamente. Navidad es nacimiento. Quien nace es Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías y Salvador. Por tanto, Navidad es Jesús mismo; el Niño-Dios que contemplamos en el pesebre es el mismo Dios hecho hombre, que se ha rebajado y anonadado al extremo de tomar nuestra carne para salvarnos y redimirnos desde ella. El Dios eterno y omnipotente se ha hecho temporal y débil; el Dios grande y rico se ha hecho muy pequeño y muy pobre, para acercarnos y mostrarnos totalmente su amor y salvación.

Consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, asociamos Navidad con regalo. Desde nuestra fe y desde esta celebración litúrgica, no hablamos ni pensamos tan siquiera en la banalidad de un regalo material por más costoso que sea. No perdamos lo esencial: Navidad es Jesús, y el verdadero y más maravilloso regalo que hemos recibido es Él mismo; su persona, su amor, su salvación y redención. El regalo que hoy recibimos es el mismo Dios que salva; el Dios con nosotros ¿Qué más regalo podemos esperar y recibir? Los regalos de este mundo pasajero y material se arruinan y se acaban velozmente. El regalo que recibimos en la Navidad, que es Dios mismo, manifestado en la debilidad, pobreza y sencillez, es un regalo que vale y significa vida eterna: el Verbo se ha encarnado, ha nacido en el tiempo, se nos ha dado como supremo don de amor para salvarnos eternamente. Qué misterio más grande, sublime, maravilloso -que nos llena de estupor, asombro y admiración- es el que celebramos en esta noche santa. Dios se ha hecho carne, se ha hecho hombre, ha entrado en el mundo y en la historia para hacérsenos regalo de salvación eterna. Nada ni nadie puede darnos este regalo, sólo Dios.

Este misterio que hoy conmemoramos y contemplamos se nos manifiesta en imágenes muy expresivas de la Palabra de Dios que hemos escuchado. Se nos ha hablado de noche, tinieblas, luz, gloria, paz, gozo y alegría. El signo principal es un Niño que nacerá o que ha nacido; signo que manifiesta la luz inmensa de la gloria de Dios y que es causa de profunda alegría, de indecible gozo y de eterna paz.

En la primera lectura de Isaías, para Israel -que caminaba entonces en las tinieblas de las dificultades y sufrimientos- se anuncia que verá una gran luz; una luz que resplandecerá en el signo del nacimiento de un niño, de un hijo que, entre otros títulos, será “Dios poderoso y príncipe de la paz”; que traerá una paz sin límites y que establecerá la justicia y el derecho desde ahora y para siempre. En el cumplimiento de este anuncio, reconocemos y confesamos en esta noche a Jesús, Hijo de Dios, Mesías y Salvador. El Niño, el Hijo que se nos ha dado es regalo de luz y de paz para un mundo y una humanidad muchas veces sumidos en las tinieblas del mal, la injusticia, la guerra, la violencia, la muerte, el desorden, el egoísmo y la corrupción del poder. Recordemos lo esencial: el Niño que nos ha nacido es regalo de luz y de paz. Pidamos que ilumine y pacifique al mundo, que nos ilumine y pacifique a cada uno de nosotros.

La narración del evangelio de San Lucas quiere demostrar que la navidad, el nacimiento de Jesús, fue un acontecimiento real e histórico, como lo ha reseñado también la “Calenda” proclamada al inicio de la Misa. Jesús, el Hijo de Dios, nace en un pueblo y lugar concreto: en Belén, ciudad de David, de cuya dinastía habría de nacer el Mesías. Nace en un momento preciso de la historia: en tiempo del emperador César Augusto (27 a.C – 14 d.C); en la época pacífica romana llamada “paz augusta”. Pero mucho más allá de ello, el Niño-Dios, pobre, humilde, sencillo, frágil y envuelto en pañales que nace en el pesebre, será el verdadero príncipe de la paz. Jesús es verdadero regalo de paz y amor en medio de tanto odio, división y ambición humanas.

Nos cuenta también San Lucas que Jesús nace en medio de la oscuridad, cuando “los pastores pasaban la noche en el campo, vigilando por turno sus rebaños”. Pero aquella oscuridad se convierte en luz de gloria divina que envolvió a los pastores, a quienes el ángel anuncia: “No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor”. El signo será un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Por este inmenso regalo se canta gloria a Dios en cielo y la paz a los hombres en la tierra. Jesús nacido -nuestro regalo de amor y salvación- se manifiesta no en el poder ni en la magnificencia de los grandes de este mundo, sino en la pobreza y en la sencillez de los más pequeños y olvidados como los pastores. Jesús es regalo de humildad, sencillez y alegría, para que vivamos como Él, humildes, sencillos y alegres de corazón en el Señor. Ese es el camino a recorrer y la forma de vivir de nosotros los cristianos.

De verdad, hermanos, como decía San Pablo en la segunda lectura de la carta a Tito, con el nacimiento y el regalo de Jesús “la gracia de Dios se ha manifestado a todos los hombres … para renunciar a una vida mundana y sin religión … para redimirnos de todo pecado y purificarnos”. Al dársenos como regalo de salvación, Él ha purificado y santificado nuestra carne, pues, como decía la oración de la Misa “Dios ha hecho resplandecer en esta noche la claridad de Cristo, luz verdadera, para que podamos llegar a la gloria del cielo”. Por tanto, Jesús se ha hecho regalo supremo con su nacimiento para darnos el regalo definitivo del cielo y de la vida eterna ¿Qué mayor regalo podemos alcanzar? ¿A qué mayor esperanza podemos aspirar? Dios lo ha hecho y lo ha dado todo por nosotros en su Hijo que nos ha nacido.

Hermanos, nuestro Mesías y Señor nace en el silencio y la oscuridad de la noche, y también en medio de la gloria de Dios que resplandece en ella. Allí están igualmente María y José en actitud silenciosa, orante y contemplativa. Pidamos tener esa misma actitud, mientras celebramos la venida y el nacimiento de Jesús, que se vuelve a hacer realidad, cercanía, don y regalo maravillosos en esta Eucaristía. Amén.