Jóvenes: “les invito a ser luz y testimonio para otros jóvenes”

XV Domingo Tiempo Ordinario. Día Joven con Jesús 2022.

Liceo de Río Frío, Sarapiquí, Domingo 10 de julio, 9:30 a.m.

Muy queridos jóvenes:

Siento gran alegría y gratitud porque ustedes están aquí y han venido a compartir este Día Joven con Jesús en su sétima edición. Agradezco al P. Stward, a la comisión diocesana y a todos los organizadores de esta actividad. Gratitud también a la Parroquia el Buen Pastor, al P. Félix Eduardo y al P. Carlos Alberto por haber acogido acá esta celebración diocesana juvenil en el mes de la juventud en Costa Rica.

Hoy proclamamos y damos testimonio de que Jesús está vivo, que actúa en medio nuestro, que vive entre los jóvenes que lo buscan, lo aman y lo siguen.

Para la edición de este año, se ha querido meditar sobre tema de la fe, la primera virtud teologal. Es un tema fundamental y capital. Se trata de nuestra relación con Dios.

Nuestro Dios no es desconocido ni escondido, sino un Dios personal, amoroso y cercano porque se ha revelado, se ha dado a conocer (a través de su Palabra y especialmente de su Hijo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre). En ese darse a conocer llamado revelación, nos ha mostrado su amor y salvación.

Y precisamente aquí entra la fe como respuesta a esta iniciativa de Dios de darse a conocer, de acercarse, de amarnos y salvarnos. La fe es entonces nuestra respuesta a este amor primero de Dios. Una respuesta confiada, constante, permanente, de todo momento y circunstancia; que debe abarcar toda nuestra vida, todo nuestro ser (pensamientos, palabras y acciones). Como repuesta, la fe es una relación y un encuentro personal con el Señor. Esta respuesta llamada fe, debe traducirse en un compromiso permanente de vida.

La Palabra de Dios proclamada nos ayuda a ver cómo se manifiesta la fe y cómo podemos vivirla.

La Primera lectura Deuteronomio:  nos enseña que los mandamientos expresan la voluntad de Dios. En responder a ellos y cumplirlos consiste la fe como respuesta. Por eso Moisés llama a Israel a vivir en la fe, a responder a los mandamientos de Dios y cumplirlos. No son imposibles ni lejanos, no están fuera de nuestro alcance. Tenemos tantas situaciones, circunstancias y oportunidades para amar, servir y hacer el bien.

Como decía el apóstol Santiago, no puede haber fe sin obras. El Evangelio según San Lucas nos ofrece la parábola del buen samaritano. Su objetivo es responder a quién es el prójimo. Pero antes está la pregunta capital del doctor de la ley (qué hay que hacer para alcanzar la vida eterna). Vivir en la fe, ponerla por obra nos llevará a la vida eterna.

La fe se vive, practica y concretiza en la vivencia del mandamiento supremo del amor. El sacerdote y el levita de la parábola no actuaron desde la fe, fueron indiferentes, pasaron de lado, no les importó el sufrimiento del que habían apaleado y estaba medio muerto. El samaritano, del que menos se esperaba, tuvo compasión, actuó con misericordia, se ocupó personalmente del herido, se preocupó porque lo atendieran. Actuar con amor, compasión y misericordia es vivir en la fe; es hacerla vida, práctica y testimonio.

Veamos entonces que, para Jesús, el prójimo no es solo mi compatriota, mi familiar, mi amigo, el que me cae bien, sino que prójimo es todo aquel que tiene y pasa necesidad. Todo aquel que debemos ayudar y amar.

Nuestra fe está cimentada en Cristo el Señor. La segunda lectura de San Pablo a los colosenses nos responde quién es Jesús. Él es imagen del Dios al que no vemos, es el fundamento de todas las cosas del cielo y de la tierra, es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. En él está nuestra fe y confianza, él es el modelo, ideal, sentido y meta de nuestra vida.

A ustedes, jóvenes les invito hoy especialmente a conocer la fe, a formarse en ella, a vivirla y practicarla; a ser luz y testimonio para otros jóvenes; a convencerse de que se puede ser joven y cristiano a la vez. Hoy harán reflexión sobre mi II carta pastoral sobre la fe “Dichosos los que crean sin haber visto” (27 marzo 2016). De qué trata: qué es la fe, qué supone e implica, cómo se debería vivir, quién es una persona de fe, medios para cultivar y madurar la fe, retos y desafíos en el mundo de hoy. Noten que trata de cuestiones prácticas y directas.

Finalmente, quiero dejarles una tarea. Tres líneas de acción o desafíos como fruto de este Día Joven con Jesús, y que sirvan a la vez para la pastoral juvenil en nuestra diócesis.

1.- MIRAR: Conocer de forma integral la realidad juvenil de cada una de las parroquias de la diócesis. Ciertamente existe una comisión diocesana, pero los mejores observadores de muchas realidades juveniles son todos ustedes, jóvenes. Miren como el buen samaritano, sin prejuicios, con mirada atenta y misericordiosa. No invisibilicen a nadie ni sean indiferentes. Una vez que hayan mirado, acudan a sus líderes de grupos juveniles, hablen de lo que han visto movidos desde el amor a Dios y a la Iglesia. Hablen con los sacerdotes de su parroquia; que ellos también se enteren de primera mano lo que viven otros jóvenes, quizás muchos de ellos alejados o que nunca han estado al calor de la Iglesia. Organícense y vayan a hospitales, cárceles o centros de asistencia para menores y jóvenes. Miren y hablen de cómo viven los jóvenes que dicen ser no creyentes o que incluso promueven ideas contrarias a la fe. Miren con corazón joven a todos. Que el fruto de este mirar llegue también a la comisión diocesana, al sacerdote responsable y a mí como obispo. Esto nos ayudará a despertar cada vez más desde los retos que tenemos por delante y a no conformarnos con lo que estamos haciendo.

2.- DISCERNIR: Promover y asistir a los espacios de formación para los jóvenes líderes animadores en las parroquias, comunidades o grupos, también para los asesores parroquiales y diocesanos. Es necesario no solo mirar, sino también saber someter lo que se ha mirado a un sereno discernimiento. Para esto es necesario valerse de expertos en otras áreas del conocimiento humano y de las realidades juveniles. El objetivo de ello es buscar posibles soluciones desde la propuesta que Jesús nos ofrece y desde su proyecto salvífico en la Iglesia. Esto es no solo mirar al hombre caído y herido, sino también abrazarlo y montarlo en la propia cabalgadura. Es asumir el problema del otro, su difícil situación, acogerlo desde lo que somos y tenemos porque Cristo nos lo ha dado para compartir. Pero, como dije a los jóvenes en mi carta pastoral de 2019, primero debemos tener “la capacidad de poner nuestra mirada en lo alto del cielo para que Dios Padre nos ilumine y nos ponga en el camino propuesto por su Hijo (…) para traer la salvación al mundo” (n. 43). Antes de mirar y de discernir la realidad, debemos mirar al cielo, al corazón de Dios mismo. Necesitamos todos estar en constante oración para poder mirar y discernir lo que Dios nos pide. El Espíritu Santo indicará el camino y nos dará la fuerza para saber a cuál posada debemos llevar a los jóvenes, qué pedir y dar para cada uno.

3.- AMAR CON OBRAS: Proponer y ejecutar acciones concretas de acompañamiento a todos los jóvenes. El buen samaritano no se desentendió del hombre herido ni le dio una ayuda superficial. Lo abrazó, le cubrió de vino y aceite sus heridas para limpiarlo, purificarlo y aliviarlo; dio dinero a alguien para que lo cuidara y le dijo que le pagaría lo de más a su regreso por el cuidado de aquel hombre malherido. El buen samaritano descubrió que aquel extraño herido era su prójimo, el que necesitaba de él, el que esperaba que actuara e hiciera algo por él. Jóvenes, ¡actúen! “Hagan lío”, como dice el Papa, en nombre de Dios y de la Iglesia. Sientan el impulso del Espíritu de Dios; sean cercanos y conocedores de la Posada, que es la Iglesia y conozcan todo lo que ella ofrece que es de su dueño, de nuestro Dios, para bien de todos. Fórmense, pero “hagan lío” actuando con la formación que reciben. Llévenla a la acción. Sean humildes y reconozcan que muchas veces Jesús nos ha llevado, uno por uno, y limpiando nuestras heridas, a su posada que es la Iglesia, su Esposa y Cuerpo suyo. Como dijo el Papa Francisco en la JMJ de Río de Janeiro: “no tomen licuado de la fe”. Y yo agregaría: no den licuado de fe mascado a nadie; den a beber directo de la fuente, hagan vida los sacramentos y la auténtica solidaridad cristiana que no solo busca atender necesidades básicas humanas, sino que todos hagan la experiencia viva de Cristo y encuentren su salvación en Él.

Que Jesús, el eternamente joven, los cuide, proteja y lleve siempre por el camino del bien, de la verdad, de la fe y del amor de Dios. Amén.