
Miércoles de Ceniza. Miércoles 22 de febrero de 2023.
Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.
En comunión con toda la Iglesia, iniciamos hoy este tiempo de la Cuaresma como tiempo de gracia y salvación. Cuaresma es camino, itinerario y peregrinación espiritual hacia la Pascua que es la meta de este ejercicio litúrgico, pedagógico y espiritual de cuarenta días que nos recuerda el camino de Israel por el desierto hacia la tierra prometida durante 40 años y la experiencia de Jesús 40 días también en el desierto preparándose para el anuncio del Reino de los cielos. Cuaresma es tiempo de penitencia y conversión, de renovación y perdón. Es un ponernos delante de Dios para revisar y renovar nuestra historia personal, comunitaria, eclesial y social. Desde esta perspectiva, Cuaresma no es un tiempo oscuro ni mucho menos triste; por el contrario, se trata de un tiempo de esperanza y confianza de vernos renovados por el misterio pascual como centro de nuestra fe. El misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo nos invita a renovar nuestra condición de bautizados, hijos de Dios y discípulos de Cristo.
Pedagógicamente, iniciamos la Cuaresma con la ceniza que es signo de nuestra pequeñez, limitación y pobreza; ceniza es signo de penitencia, arrepentimiento y firme resolución de convertirnos. Comenzamos la Cuaresma con ceniza y terminaremos en la Pascua con agua y con luz. Esta pedagogía litúrgica y espiritual nos hace ver que, a través de la cruz y de la muerte, llegamos a la vida, a una nueva condición. Pasamos del hombre viejo al hombre nuevo redimido y resucitado en Cristo; lavado, purificado e iluminado por la gracia de Aquel que asumió la pasión y la muerte para hacernos entrar en la resurrección. El camino de la Cuaresma nos traza como meta y punto de llegada la Pascua. La conversión y la penitencia son camino para llegar al ideal de novedad pascual.
Junto con la ceniza, la Palabra de Dios es el otro elemento que nos introduce y acompaña en el itinerario cuaresmal. Los acentos de esta Palabra son claros: llamada a la conversión, anuncio de la misericordia y del perdón infinitos de Dios, urgencia de asumir actitudes de caridad, bien y solidaridad como expresión y prueba de una conversión sincera y de un efectivo cambio de vida.
El profeta Joel, en la primera lectura, cuatro siglos antes de Cristo, en una época convulsa y decadente, llama a Israel a la penitencia, a la conversión y al cambio: “vuélvanse a mí de todo corazón”. La llamada es ir al fondo, a lo profundo, a lo más íntimo e interno de la persona. Tan es así que nos dice: “enluten sus corazones, no sus vestidos”. Notemos que la conversión no es algo externo o aparente; es algo serio y que va a lo más hondo del ser como lo es el corazón ¿Cuál es la motivación del profeta para llamar a la conversión? No sólo la mala vida de Israel, su infidelidad e inconstancia, sino, sobre todo, la bondad infinita de Dios. Hay que convertirse porque “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia”. Su inmensa paciencia y compasión es lo que nos motiva a convertirnos, es decir, a volver nuestra vida a Él, a retornar a la senda que nos lleva a hacer lo que Él quiere. Esa renovación y restauración es lo que pedíamos en el salmo 50: “por tu inmensa compasión y misericordia lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados… crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”.
La segunda lectura de 2 Corintios es una llamada apremiante del apóstol Pablo a que nos dejemos reconciliar; a reconciliarnos con Dios. Este es el gran objetivo de la Cuaresma, esta es la gracia que nos ofrece este tiempo favorable, este día de la salvación. Aprovechemos, vivamos intensamente este tiempo especial y extraordinario, no echemos en saco roto la gracia de Dios, como nos recuerda el mismo apóstol. Reconciliar es sinónimo de volver a la conciliación, a la armonía, al orden, al equilibrio interno. Si somos francos, humildes y sensatos, tenemos mucho que reconciliar, arreglar y ordenar con Dios, con los demás y con nosotros mismos; para ello se nos da de manera especial la Cuaresma.
La enseñanza de Jesús, en el evangelio de San Mateo, nos hace ver que la conversión y la reconciliación deben producir en nosotros un cambio interior y efectivo. Se trata de un cambio de mentalidad para cambiar de vida y de conducta, y ese cambio debe ser profundo, interior, de raíz. Esto es lo que plantea Jesús en el evangelio: no es apariencia, no es superficialidad, no es exhibirse, no es buscar alabanza o aprobación de los demás. El texto del evangelio alude a tres prácticas fundamentales de la fe judía: limosna, oración y ayuno. El cambio y la renovación interior que se nos pide va en tres direcciones: cambiar con el prójimo y hacer el bien al hermano (limosna), cambiar con Dios y direccionar toda nuestra vida a Él (oración), cambiar con nosotros mismos, dominando nuestro egoísmo y autosuficiencia (ayuno). Notemos que se trata de una renovación de toda la persona: interna y externa, de mente y corazón, de actitudes y conducta. Cambiemos con el hermano, siendo más solidarios y caritativos. Cambiemos con Dios, haciendo de Él nuestro tesoro y riqueza. Cambiemos con nosotros mismos, creciendo en capacidad de renuncia que refrene nuestro egoísmo y autosuficiencia. Este cambio es también sinónimo de abrirnos al hermano en la caridad, abrirnos a Dios en la oración y en la escucha de su Palabra, y no cerrarnos dentro de nosotros mismos. El pecado y el egoísmo nos cierran y repliegan; el amor renovado y convertido nos abre a Dios y a los demás. Este es el camino que se nos traza hacia la Pascua, camino que supone renuncia, cruz, mirarse a sí mismo con sinceridad, aceptar que necesitamos cambiar, rectificar y pedir perdón. El cambio y la renovación de nuestro mundo, de nuestra Iglesia y de nuestra comunidad, empiezan por el cambio de nuestros corazones y no al revés.
Pidamos en esta Eucaristía la gracia de la conversión, la humildad de corazón que necesitamos para abrirnos a Dios, al hermano y a una vida nueva. Que en tanto y en cuanto experimentamos la fuerza renovadora y curativa del perdón y la misericordia de Dios, sintamos el impulso de convertirnos y renovarnos, a imagen de Cristo, el hombre nuevo. La ceniza que vamos a recibir sobre nuestras cabezas, nos recuerde el compromiso de conversión, penitencia, cambio y renovación que hoy asumimos, de manera especial, delante de Dios, de la Iglesia y del mundo.