
“Dios quiere que todos los hombres se salven” (I Timoteo 2, 4). Esta afirmación bíblica nos dice mucho sobre la voluntad de Dios y nos llama, especialmente a los creyentes, a buscar de manera personal ese camino hacia la vida eterna, al tiempo que se nos encomienda la misión de buscar ese mismo fin para nuestros hermanos.
En este camino hacia nuestro destino final, la familia humana necesita unirse para vivir, del mejor modo posible, todas las situaciones que nos corresponde enfrentar. Como destinatarios y administradores de los dones de Dios, él nos llama a procurar que los bienes recibidos alcancen a todos.
Lamentablemente, por mucho tiempo y, especialmente en los últimos años, se ha acrecentado el flujo de migrantes que dejan su patria en busca de mejores condiciones de vida; se alejan de guerras o por falta de condiciones dignas en su nación, por citar algunos ejemplos. Muchas naciones están empobrecidas y su gente busca nuevos horizontes para vivir.
En nuestro país, históricamente se ha acogido a tantas personas que buscan cimentar su futuro o que simplemente encuentran un puente para seguir avanzando y alcanzar sus sueños de una mejor vida en otra nación.
Si algo nos ha debido dejar la extensa pandemia provocada por el COVID-19 es la verdad de que todos estamos conectados, pues nos encontramos en el mismo barco y solo juntos podremos salir adelante. Lo que afecta en un país, llega a afectar a otro. Por eso, no podemos dejar a nadie en el camino ni volver la espalda al que sufre.
El 25 de setiembre, la Iglesia celebró la 108 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Con este motivo, el Papa Francisco, en su mensaje, nos habla de “acoger la salvación de Cristo, su Evangelio de amor”; nos pedía eliminar “las desigualdades y las discriminaciones del mundo presente” y nos hablaba de la “ciudad futura” como el plan salvífico de Dios.
“Nadie debe ser excluido. Su proyecto es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata. Es con ellos que Dios quiere edificar su Reino, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere. La inclusión de las personas más vulnerables es una condición necesaria para obtener la plena ciudadanía”, expresaba el Santo Padre.
Mostrar el rostro misericordioso de Dios y acoger al necesitado son los llamados que surgen desde el Evangelio. Ojalá que los creyentes estemos dispuestos a ser testimonio vivo del querer del Señor. Igualmente, reconocemos a tantas personas de buena voluntad que tienden la mano a aquellos que están en necesidad.
Según el informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) a 2022 había 272 millones de migrantes siendo un 48% mujeres. Se estima que hay 38 millones de niños.
Estos números tienen rostro y nombre, los vemos en nuestras calles aspirando a una oportunidad de tener una vida más digna y justa.
Mostremos lo mejor de la familia humana que todos conformamos; compartamos lo que tenemos y ayudemos todos a construir un mejor futuro para alcanzar el Reino de Dios y su salvación.
Fermento 235. Martes 27 de setiembre, 2022