
Solemnidad de todos los Santos
Martes 1 de noviembre de 2022. Catedral de Ciudad Quesada, 6:00 p.m.
VII día de la novena fiesta patronal San Carlos Borromeo.
Providencialmente, en este camino preparatorio hacia nuestra fiesta patronal diocesana y parroquial en honor de San Carlos Borromeo, celebramos hoy, en una sola solemnidad, la vida y el testimonio de todos aquellos y aquellas que nos han precedido en el camino de la fe y gozan ya de la plenitud de Dios. Celebramos a aquellos que han enriquecido la historia de la Iglesia con una experiencia de vida cimentada en la voluntad de Dios y en la opción radical por el evangelio de Jesús. Recordamos a aquellos que prefirieron el camino de la entrega, el sacrificio, la donación y consagración a Dios, a las propuestas fáciles y cómodas de felicidad de este mundo. Celebramos a quienes, por todo ello, están ya en la gloria de Dios.
Pero, ante todo, celebramos el don de la santidad de Dios: Él es el único santo y en su infinito amor nos comunica y nos hace partícipes de su santidad para que fructifiquemos en obras buenas, en obras de amor. Por ello Jesús nos dice: “Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto, sean santos como yo soy santo”. La vocación del cristiano es la santidad; Dios nos da su gracia y su fuerza para cumplir con esta tarea que ha de ser nuestra identidad propia también.
Comparto con ustedes los siguientes puntos de reflexión, inspirados desde la palabra de Dios que se ha proclamado en esta celebración eucarística.
1.- Todos estamos llamados a la santidad:
Por nuestro bautismo y nuestra condición de hijos de Dios hemos recibido esta vocación a la santidad. Todos estamos llamados a la victoria final de la que nos ha hablado el autor del Apocalipsis en la primera lectura. De ella participarán todos los que han vencido junto al Cordero, que es Cristo, el Señor. Dios nos llama a ser parte de esa muchedumbre que canta en el cielo la victoria de Cristo sobre el mal y el pecado. Los santos alaban eternamente a Dios en su presencia. Para nosotros -como para quienes nos precedieron y están ya en la gloria- la santidad implica lucha, esfuerzo y sacrificio para enfrentar el mal y vivir el bien y el amor de Dios. El camino estrecho es el que lleva a la vida eterna; el camino ancho lleva a la perdición.
2.- La santidad es camino de auténtica felicidad y realización:
Porque quien es santo encuentra en Dios su plena alegría, Jesús proclama y declara en el evangelio de san Mateo quiénes son dichosos. Lo son aquellos que son pobres y sencillos de espíritu ante Dios; aquellos que tienen hambre y sed de justicia; aquellos que son limpios de corazón; aquellos que son compasivos y misericordiosos; aquellos que trabajan y buscan la paz. Para Jesús, este es el camino de la felicidad evangélica, muy distinta a la aparente felicidad del mundo. Este es el camino de la felicidad y plenitud cristiana que nos hace participar de la santidad de Dios. Este es el camino de la felicidad auténtica, porque sólo el amor y específicamente el amor de Dios nos otorga la realización más profunda y acabada. En la enseñanza de Jesús, quienes ahora pasan por dificultad y sufrimiento, mañana tendrán la esperanza de la felicidad eterna que es el coronamiento de una vida llevada en santidad.
3.- Desde ya hemos de vivir la santidad para alcanzar la plenitud después de esta vida:
San Juan, en la segunda lectura, nos hace tomar conciencia de la altísima dignidad de la cual estamos revestidos. Hemos nacido de Dios, somos hijos suyos, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. El texto ha dicho que “seremos semejantes a Dios porque lo veremos cara a cara tal cual es”. Quien desde ya vive en santidad, está llamado a esta perfección final contemplando eternamente la hermosura y la grandeza de Dios. Qué maravilla de vocación la que hemos recibido del Señor. Sin duda un estímulo profundo para la vida en santidad.
Hermanos, al recordar hoy a esa gran muchedumbre de hombres y mujeres, santos y santas -nosotros en especial a nuestro santo patrono San Carlos Borromeo- el testimonio de vida de todos ellos debe ser inspiración para armarnos de coraje, ánimo y voluntad para vivir cristianamente, confiados en la fuerza y en la gracia de Dios. El camino que lleva a la vida eterna exige esfuerzo y mística de nuestra parte para corresponder a la gracia de Jesús que nos dice: “Sin mí nada pueden hacer”. Los santos se abandonaron en las manos de Dios; los santos correspondieron dando fruto a la gracia de Dios.
Esta solemnidad nos recuerda que la santidad no es un llamado solamente para unos cuantos, sino para todos los bautizados, discípulos de Jesús e hijos de la Iglesia. Estamos llamados a santificarnos en las circunstancias de cada día, en el cumplimiento fiel de nuestros deberes familiares, laborales y profesionales. Allí, en esos momentos y cumpliendo la voluntad de Dios es como nos santificamos. Los santos fueron quienes cumplieron el plan de Dios en las circunstancias de su propia vida.
Por ello, que quede claro para todos que la santidad no es algo raro o extraordinario. La santidad es la respuesta y la lucha de cada día por vivir cristianamente y por cumplir la voluntad de Dios siendo buenos padres, madres e hijos de familia; santos sacerdotes y consagrados; buenos, responsables y honrados trabajadores y profesionales, actuando siempre con justicia y rectitud de intención. En este sentido, la santidad implica para nosotros un compromiso efectivo con la solidaridad, la justicia, el bien común, la misericordia y la perseverancia en medio de las pruebas que nunca nos faltan en esta vida.
Que cada uno de nosotros viva alegre y animado su condición de cristiano y llevemos a todos nuestros ambientes la semilla del Evangelio, sobre todo a través de un testimonio de vida bueno, edificante y santo. Así lo hicieron fielmente San Carlos Borromeo y todos los santos.
Que esta Eucaristía nos conceda la fuerza, la luz y la gracia de Dios para ser santos y que, como premio a la respuesta y a la lucha que tengamos en este mundo, consigamos, por la misericordia de Dios, la bienaventuranza eterna con todos los santos en el cielo.
¡Todos los santos y santas de Dios! Rueguen por nosotros. Amén.