Llamados al bien

En su Encíclica Veritatis splendor, n. 93, San Juan Pablo II advertía que la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre es la confusión del bien y del mal, “que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades”.

Es innegable que la sociedad moderna enfrenta una crisis de valores que la aleja de principios fundamentales como la honestidad, la solidaridad o el respeto a la dignidad humana.

Vemos otros ejemplos cuando se quieren implantar “nuevos derechos” en favor de matar la vida en el vientre de una mujer, o cuando se pretende acelerar la muerte de una persona enferma o adulta mayor y ni qué decir cuando se le pone precio a una vida por una deuda u otra razón en la que la criminalidad no tiene ningún respeto por la dignidad humana.

Son varios los desafíos que atentan contra la familia, la juventud y la niñez o contra la convivencia en general en los que supuestos valores y derechos cambian la fisonomía de lo que debe ser una sociedad fundada en el respeto a la vida, la defensa y promoción de la dignidad humana, la solidaridad y la justicia, y desde luego la verdad.

Desde la Iglesia Católica se nos recuerda que no estamos solos en una lucha que, como comunidad, y en este caso, como bautizados, hijos de un mismo Dios, podemos ser testigos de la verdad, la justicia y la bondad.

No podemos vivir como si no fuéramos cristianos o como si Dios no existiera o como si la vivencia de la fe fuera una práctica privada o escondida, tal y como pretenden muchos convencer a la sociedad actual. En el caso de los que somos creyentes, se debe notar que lo somos, debemos ser agentes de cambio, promover en el mundo los valores evangélicos, dar testimonio de ellos.

Como bautizados debemos confirmarnos en la fe en cada acto que realizamos: no podemos vivir la fe de una forma, en ciertos momentos, y de otro modo ante otras circunstancias. La crisis de valores la podemos superar con convicciones fuertes y con coherencia, con un compromiso rotundo de asumir nuestra condición de creyentes y ciudadanos.

Se nos llama, no solo a los creyentes, sino también a las personas de buena voluntad, a ser constructores de la verdad, a ser promotores del respeto mutuo y de la dignidad de la persona humana.

Para nada están obsoletos los valores de la honestidad, la solidaridad, el respeto, la transparencia, la libertad y la bondad. Procuremos una sociedad más justa, con mejores oportunidades para todos, especialmente para aquellos más necesitados.

En momentos de dificultad, en medio de esta crisis que vive la sociedad, los valores del Evangelio deben cobrar especial relevancia, y desde la Iglesia, la enseñanza de estos debe ser firme y consistente.

Desde la Palabra de Dios se nos llama a amar a nuestro prójimo. Poniendo en práctica este mandamiento podremos dar constancia real de un cambio que nos permita vivir mejor, juntos, llevando luz y bien en medio de la oscuridad que muchas veces quiere hacerse presente en la sociedad.

Fermento 293. Martes 7 de noviembre, 2023