
El pasado 13 de julio, en Bogotá, Mons. Luis Marín de San Martín, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, nos decía a la asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) que “sinodalidad es más Cristo y más Iglesia”. Sin este centrarse en Cristo y en la Iglesia, el camino conjunto de escucha, diálogo, oración, discernimiento y conversión carecería de sentido, porque la Iglesia no es una ONG o una institución democrática al servicio de la mayoría.
En este contexto de sinodalidad, que ha convocado el Papa Francisco, nuestra Iglesia costarricense ha vivido días de festividad y de solemnidad, alrededor de la celebración de la Patrona de Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles. Caminamos juntos como país, unidos por la fe, un valor que nos ha acompañado por casi 400 años.
En la homilía del pasado 29 de julio, en el Santuario Nacional, con motivo del VII Día de la Novena en honor de nuestra Patrona, dije: La sinodalidad es la que nos permite entender la identidad de la Iglesia, hasta el punto que el Papa Francisco repite una expresión que, en el siglo IV, ya utilizó San Juan Crisóstomo: “‘La Iglesia tiene nombre de sínodo’. Bien podríamos decir también que Sínodo es nombre para la Iglesia” (cfr. Discurso 17 de octubre de 2015)”.
Entender esto implica que cualquier reflexión y proceso que emprendemos en la Iglesia solo nos puede conducir a reafirmar más nuestra fe en Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre. Aunque las modas aparezcan en la sociedad, Cristo se mantiene como la roca firme y la Iglesia debe entonces seguir manifestando el mensaje de nuestro Señor Jesús.
A la luz del Evangelio, nos corresponde leer los signos de los tiempos para seguir anunciando la verdad que es Cristo. En momentos en que muchos quieren borrar cualquier signo de fe o de religión en la sociedad, la Iglesia debe mantenerse firme proponiendo la Buena Noticia, para llevar esperanza en medio de una humanidad que quiere sumergirse en el relativismo.
Si la sociedad abandona los valores de la fe por ideas que son pasajeras, corremos el riesgo de perder de vista derechos sagrados como el de la vida humana. Por ejemplo, cuando por ideologías se define dónde comienza la vida o dónde debe terminar. Para quienes creemos en Cristo, la vida es sagrada, por ello en la Iglesia defendemos la vida desde su concepción hasta su muerte natural.
La invitación de Cristo es siempre a caminar por el camino recto, a defender la dignidad de la persona humana. Por consiguiente, la Iglesia debe seguir proponiendo la belleza de la vida y, ante todo, anunciar la eternidad como fin último hacia el cual nos dirigimos.
Los creyentes, en particular, no podemos darnos el lujo de divagar sobre aquello en lo que creemos. Tenemos el deber y la misión de ser testigos de la verdad revelada. No podemos acomodarnos a las propuestas que quieren sacar de la esfera pública la fe, que quieren hacer olvidar a Cristo. Aunque nos excluyan por nuestra fe, seguimos proponiéndola y manifestándola de manera viva.
“En nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido, ridiculizado o parodiado. Y, sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la misión de anunciar a Cristo y su Evangelio como verdad salvadora, fuente de nuestra felicidad definitiva como individuos y fundamento de una sociedad justa y humana”, decía el Papa Benedicto XVI, de manera elocuente, en Hyde Park – Londres, el sábado 18 de setiembre de 2010, en la Vigilia de Oración por la Beatificación del Cardenal John Henry Newman.
Por tanto, seamos “más Cristo y más Iglesia”, en toda parte y lugar, en todo momento, a tiempo y a destiempo… ¡más Cristo y más Iglesia!
Fermento 228. Martes 9 de agosto, 2022