“No podremos construir nunca una nueva humanidad y un mejor país desde la cultura de la muerte”

Peregrinación de la Diócesis de Ciudad Quesada a la Basílica Nuestra Señora de los Ángeles de Cartago.

VII Día de la Novena, Viernes 29 de julio de 2022, Memoria de los Santos Marta, María y Lázaro.

Tema del día: “Camino sinodal: elegir juntos la parte mejor”.

Hermanos todos en el Señor y en la Virgen María:

Nos encontramos en el VII día de la novena nacional que nos prepara para la Solemnidad de Nuestra Señora de los Ángeles, Madre y Reina de Costa Rica, cuyo tema de reflexión central y general es: “María, caminamos de nuevo a tu regazo”. En efecto, venimos de nuevo, abierta y libremente, a la casa de nuestra Madre y patrona después de dos años de la crisis pandémica que tanto nos ha afectado. En particular, hoy, como diócesis de Ciudad Quesada, reflexionamos sobre el tema “Camino Sinodal: elegir juntos la mejor parte”. Al celebrar el misterio eucarístico -nuestra mayor acción de gracias- queremos dejarnos iluminar por la Palabra de Dios y fortalecernos con el Cuerpo y Sangre del Señor para estar en camino conjunto edificando el Reino de Dios, al estilo de la Virgen de Nazaret.

La primera lectura nos recuerda, desde la experiencia de Jeremías, la dimensión profética de nuestra vocación bautismal. La fuerza de la Palabra, que invita a la conversión y al cambio, no debe dejarse de escuchar hoy en una realidad histórica marcada por la cultura del descarte y la indiferencia, fruto del egoísmo del corazón humano. Hoy más que nunca se requieren cristianos impulsados por el Espíritu que anuncien y denuncien más con el testimonio de su vida que con sus palabras. El anuncio a nosotros confiado tiene como punto de partida el Evangelio. Y al igual que Pablo nosotros deberíamos asumir el reto de anunciar el Evangelio “a tiempo y a destiempo”. Jeremías y Pablo ayer nos recuerdan hoy la “parresia” con la que hemos de suscitar una nueva humanidad dispuesta a ser un signo; una señal, una presencia que fortalezca la esperanza en medio de nuestro mundo. Nunca el anuncio cristiano del Evangelio ha sido para desanimar o angustiar, todo lo contrario, es para renovar la conciencia de la fuerza de Dios que actúa en nuestra debilidad y que nos ayuda a madurar desde la verdad y la caridad.

El Evangelio de San Lucas nos lleva a la casa de la amistad y la fraternidad en Betania. Es la casa de la acogida y de encuentro. Ambas hermanas, Marta y María, eran sin duda amigas de Jesús y pertenecían al círculo de sus discípulos. Marta ejerce la hospitalidad -una de las acciones más apreciadas del judaísmo- y quería hacer honor a su huésped ofreciéndole una buena comida. María, en cambio, estaba a los pies del Señor, escuchando su Palabra con la postura y actitud propias del discípulo. La interpretación que contrapone la acción a la contemplación y pretende plantear la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa establece una dicotomía muy ajena al pensamiento de San Lucas. El relato sugiere, más bien, que la prioridad de los valores del Reino no debe dejarse distraer por una dedicación exclusiva a las cosas terrenas y por una excesiva actividad. Para San Lucas, la escucha de la Palabra no tiene nada que ver con una contemplación ociosa, sino que lleva a la acción y a una práctica concreta y exigente, por ello, escoger “la mejor parte”, es tomar la parte buena del discipulado, que hace pensar en la parte reservada a los levitas del culto antiguo, sustituida ahora, en la plenitud de los tiempos, por el culto en “espíritu y verdad” y por la escucha de la Palabra.

Escoger la mejor parte o la parte buena, supone saber escoger de verdad. Estamos a las puertas de una nueva manera de comprender la sabiduría. Esta nueva sabiduría es un don que viene de lo alto. Viene del Espíritu de Dios para formar entre los creyentes unos vínculos más fuertes que aquellos que nacen de “la carne y de la sangre”. Quien sabe escoger la mejor parte sabe descubrir que la comunión es la mejor opción para hacer el camino de la fe. Sabe que no existe un camino individualista, y menos un camino de aislamiento; en cristiano, este camino se denomina sinodalidad. La sinodalidad es la que nos permite entender la identidad de la Iglesia, hasta el punto que el Papa Francisco repite una expresión que, en el siglo IV, ya utilizó San Juan Crisóstomo: “’La Iglesia tiene nombre de sínodo’. Bien podríamos decir también que Sínodo es nombre para la Iglesia” (cfr. Discurso 17 de octubre de 2015).

El mismo Papa Francisco nos define la sinodalidad en dos textos. El primero: “Sinodalidad es un estilo al que debemos convertirnos (…) en la apertura de la asamblea sinodal -en Roma- utilicé tres palabras clave: participación, comunión y misión (…) estas tres palabras son los tres requisitos que me gusta indicar como un estilo de humildad al que hay que aspirar (…) Tres maneras para hacer de la humildad un itinerario concreto que podamos poner en práctica” (Discurso a la Curia Romana, 23 de diciembre de 2021). Y en el segundo texto nos dice el Papa: “Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya todo está contenido en la palabra “Sínodo”, caminar juntos (…) es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica” (Discurso 17 de octubre de 2015).

Hermanos, la sinodalidad supone un proceso de centrarse en la persona de Jesucristo y en el misterio de la Iglesia. El pasado 13 de julio, en Bogotá, Mons. Luis Marín de San Martín, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, nos decía a la asamblea del CELAM que “sinodalidad es más Cristo y más Iglesia”. Sin este centrarse en Cristo y en la Iglesia, el camino conjunto de escucha, diálogo, oración, discernimiento y conversión carecería de sentido, porque la Iglesia no es una ONG o una institución democrática al servicio de la mayoría. “La sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico”, decía también el Papa en su discurso de octubre de 2015.

La novena nacional se desarrolla todavía en una realidad histórica marcada por la experiencia de la pandemia, en la que con toda la humanidad vamos aprendiendo un nuevo modo de vivir que supone cambiar de paradigmas y tomar conciencia de la vulnerabilidad que nos rodea. Pero, además, nos detenemos de nuevo en el arte del saber escoger la mejor parte. Quien desde la experiencia de la fe construye sobre la roca firme que es Jesucristo, el Hijo de María, sabrá escoger siempre a la luz de los valores evangélicos. No podremos construir nunca una nueva humanidad y un mejor país desde la cultura de la muerte con sus diversos rostros de mentira, corrupción, injusticia, robo, fraude y privilegios injustos y escandalosos. Todo lo contrario, esta novedad se construirá solamente desde la verdad, la justicia, la caridad, la fraternidad, la búsqueda del bien común y, especialmente, desde este centrarnos en la persona de Jesucristo, “camino, verdad y vida”. Esta novedad histórica y nacional, donde no haya espacio para el egoísmo, la avaricia y la corrupción, será posible solamente si escogemos a Jesucristo como la mejor parte de nuestra vida, de lo que somos y de lo que hacemos individualmente cada uno y colectivamente como nación.

El tema de fondo de la novena nacional: “María, caminamos de nuevo a tu regazo”, nos recuerda su maternidad. De esa maternidad todos los costarricenses tenemos experiencia. Por más de tres siglos y medio, la presencia materna de Nuestra Señora de los Ángeles nos ha brindado, desde esta casa suya en Cartago, la cercanía y el contacto con la paternidad de Dios. Ella es el rostro de la ternura y de la misericordia. Ella encarna nuestra vida bautismal llevada a plenitud. Hoy, de nuevo y alegremente, hemos venido a sus pies para dejar en sus brazos la nación y en su corazón los anhelos de todos, especialmente los de la Iglesia que peregrina en Ciudad Quesada. Seguros estamos de su intercesión y ayuda, tal como lo ha orado y experimentado por siglos el pueblo de Dios. Por ello, de nuevo, decimos: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”. Amén.

¡Nuestra Señora de los Ángeles! Ruega por nosotros.