
Misa Vocacional Diócesis de Ciudad Quesada, Jueves 4 de mayo de 2023,
Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles, 6:00 p.m.
En el contexto de esta semana del Buen Pastor, y para esta Eucaristía en la que oramos especialmente por las vocaciones, de manera providencial, el evangelio de hoy nos ofrece un tema capital y esencial desde el punto de vista vocacional y sacerdotal.
¿Cuál es el modo de ser y de actuar de Jesús? Para quien discierne una posible vocación sacerdotal, y con mayor razón para quien ya es sacerdote, no hay otro modelo más que el del Señor. En medio de las tentaciones de protagonismo, búsqueda de poder, rivalidades y clericalismo, que lamentablemente nos asechan en la Iglesia, el elocuente e impactante evangelio de San Juan nos brinda importantes lecciones y consecuencias.
El texto proclamado nos sitúa en el cenáculo; se trata del discurso de despedida de Jesús en la última cena. Se respira un ambiente contrastante: sentimientos de amistad e intimidad, de incertidumbre y temor, de traición y perplejidad. Jesús acaba de lavar los pies a sus discípulos; ahora el Maestro y Señor comenta y alecciona sobre el gesto que ha realizado. Y aquí entramos nosotros ahora, como lo fue para los apóstoles entonces.
Detengámonos en la afirmación central del texto: “Les he dado ejemplo para que hagan lo que yo he hecho con ustedes. El criado no es más que el amo, ni el enviado más que el que lo envía. Puesto que saben esto, dichosos ustedes si lo ponen en práctica”.
Aunque es el Maestro y el Señor, el modo de ser y de actuar de Jesús es el del siervo y el del esclavo. Sus gestos de servicio, entrega y humillación han llegado al extremo. La impronta de Jesús no es la de un Dios fuerte e influyente; todo lo contrario, es un Dios que se rebaja y humilla, que ama y se entrega a través de un gesto elocuente de servicio y amor a sus discípulos. La expresión de la grandeza de Jesús no es el poder ni la fuerza, sino el servicio y la entrega hasta la muerte. Lo había dicho antes el Señor, su lógica y la de los suyos es y deber ser la del esclavo y la del último. El camino de Jesús hacia la gloria ha sido el del rebajamiento y la humillación. Y este es el paradigma para cualquier discípulo suyo; cuánto más para quien actúa en su nombre como sacerdote. Quien no entienda esto y no pueda con ello, lo mejor es que asuma otro camino y otra opción. Bien decía San Pablo VI que “en la Iglesia, el ejercicio de la autoridad siempre será sinónimo de servicio”. En la misma línea reza el antiguo retablo, creo que hoy mosaico, de la entrada a la Rectoría de este Seminario: “la vocación cristiana no es una llamada al éxito, sino al servicio”.
Este modo del siervo y del esclavo, del que se humilla y entrega, no tiene otra razón más que el amor: Jesús revela al Dios que es amor. San Bernardo, doctor melifluo, nos recordaba que la medida del amor cristiano es amar sin medida, y así lo ha hecho el Maestro y el Señor.
Si de verdad somos discípulos suyos, si de verdad tenemos la recta intención de “perder” nuestra vida como sacerdotes, el camino y el modo será la humillación y la entrega de la propia vida, sin retóricas ni romanticismos, sin demagogias ni poses artificiales, sino con actitudes que hablen por sí mismas del estilo del Maestro y Señor. Por ello, para quien quiera servir de verdad, para quien quiera perder su vida por el Reino, para quien quiera buscar a Dios y el bien de la Iglesia -y no buscarse a sí mismo- el modelo será necesariamente el del amor y el servicio, el de la entrega y la renuncia, el de la obediencia y el autoabajamiento. Este es el camino y el paradigma, este es el reto y el desafío para quien conoce, ama y sigue de verdad al Señor. Lo demás es discurso y poesía. Todo esto sólo se entiende y asume desde la fe con auténtico sentido sobrenatural, y desde el único amor que es capaz de dar la vida no en teoría, sino con hechos.
En cada Eucaristía Jesús renueva su gesto de entrega, servicio y donación total. Que este augusto sacramento sea para nosotros la fuente y la fuerza para encarnar el modelo del esclavo y del servidor, del que ama y se entrega sin reservas, y así vivamos de verdad nuestra vocación de servicio y amor en la Iglesia.