
A un día de iniciar el Tiempo de Cuaresma, esta es una oportunidad ideal para que podamos reflexionar sobre lo que es esencial en la persona y su destino final, tal como es querido por Dios.
El trajín diario muchas veces nos impide hacer una pausa para pensar más allá de lo que es material o de nuestras labores en la realidad que nos toca vivir. Es poco frecuente, aún en los creyentes, que tengamos la mirada puesta en la eternidad, a la cual estamos llamados, porque nuestro peregrinar en este mundo es absolutamente pasajero, y eso debe motivarnos a trascender, a ver más allá de lo cotidiano.
“Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás” es una de las fórmulas que podemos utilizar el Miércoles de Ceniza en la celebración para imponer la ceniza en cada uno de los fieles. Esta expresión, sencilla y profunda, nos invita a pensar que estamos en manos de Dios, que no somos nada sin él, que ha sido su aliento el que nos ha dado vida, vida en abundancia y esperanza de eternidad.
“Ningún signo de muerte es mayor que el Dios de la Vida que nos ha salvado por la esperanza. Optar por la esperanza es entrar en el horizonte de la confianza y dejarse transformar por la fuerza del amor de Jesucristo, que es más fuerte que la muerte y el mal. Es la esperanza la que nos pone en el camino de la fe y la que nos renueva cuando el desaliento o el pesimismo nos quieren impedir caminar”, decía en mi I Carta Pastoral, La Esperanza No Defrauda, en su título I.
Cuaresma es precisamente un tiempo de esperanza, porque fijamos nuestra mirada al final de nuestro caminar, el cual no puede ser otro que alcanzar la vida eterna, porque ese es el deseo del Dios que nos ha salvado. Nos preparamos para la próxima Pascua, teniendo como meta final la Pascua eterna.
En su homilía del Miércoles de Ceniza del año 2020, el Papa Francisco expresaba: “somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al prójimo es el pasaporte al cielo, es nuestro pasaporte. Los bienes terrenos que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece, pero el amor que damos —en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo— nos salvará, permanecerá para siempre”.
Precisamente, este tiempo de gracia es también una invitación a manifestar el amor solidario, en particular con quienes más lo necesitan. Nuestras actitudes de desprendimiento, en esta época del año litúrgico que propone la Iglesia, deben manifestarse con más fuerza para alcanzar a tantos hermanos que realmente la pasan mal.
Como lo dice el Santo Padre, nada de lo material nos lo podremos llevar después de esta vida; compartir es la llamada que motiva al cristiano; la Cuaresma nos permite poner en práctica ese espíritu solidario y caritativo.
Este tiempo de esperanza es para fijar nuestra mirada en Dios, para vivir de modo diferente, con un propósito que va más allá de las esperanzas pasajeras de la vida.
Veamos lo que al respecto decía el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi, n. 30: “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar”.
¡Ansiemos, trabajemos y vivamos por esa esperanza infinita que es Dios mismo!
Fermento 205. Martes 1 de marzo, 2022