Resucitar es correr el riesgo de transmitir al mundo vida, alegría y esperanza en medio de tantos signos de muerte

Solemne Vigilia Pascual, Sábado Santo, 16 de abril de 2022.

Catedral de Ciudad Quesada, 8:00 p.m.

Muy queridos hermanos todos en el Señor:

Desde el inicio de nuestra celebración, se nos decía que estamos en la liturgia más importante y central del todo el año litúrgico, la meta para la que nos hemos venido preparando durante la Cuaresma, la madre de todas las vigilias de la Iglesia. Estamos en el silencio de la noche contemplando y esperando. Contemplando la obra maravillosa de Dios que actúa en la historia por nuestra salvación.

Estamos esperando, aguardando en vigilante espera el acontecimiento central de nuestra fe cristiana: la resurrección y el triunfo glorioso de Cristo sobre la muerte. Esta es la aurora de la luz que disipa las tinieblas del miedo, del mal, del pecado y de la muerte. Nuestro Dios es Dios de vivos, no de muertos. No es un Dios fracasado, sino un Dios resucitado y glorificado. Por eso, no nos quedamos en la oscuridad ni en el silencio del viernes y del sábado santo; estamos pasando hacia la aurora del gran día de la resurrección; del domingo de la victoria, de la luz y la alegría suprema.

Esta santísima y solemnísima Vigilia no es simplemente una Misa larga. Es una Vigilia que nos hace esperar, orar, contemplar y escuchar. Esta es la noche del paso de Dios, de la pascua del Señor. Hemos comenzado con la bendición del fuego y de la luz que irrumpe en las tinieblas de la muerte. Hemos cantado el pregón pascual que nos ha hablado de la victoria de Cristo en la resurrección y de la redención de la que hemos sido objeto por el misterio pascual.

Hemos escuchado especialmente hermosos y escogidos textos de la Palabra de Dios que, paso a paso, momento a momento, nos han llevado por toda la historia de la salvación, desde la creación a la redención, para hacernos ver el paso de Dios, la acción maravillosa de este Dios que nos ha querido salvar y dar vida nueva, teniendo, por supuesto, su culmen y centro en la resurrección de Jesucristo. Cristo, muerto y resucitado, es el cumplimiento de todo ese camino histórico y salvífico. Contemplemos los hechos, los acontecimientos y el paso de Dios en nuestra vida, en nuestra historia.

Desde el Antiguo Testamento, hemos empezado con los orígenes de todo en el Génesis, para seguir con la vocación de Abraham y, por supuesto, el relato de la pascua judía que fundamenta y justifica nuestra pascua cristiana. Después, hemos hecho un recorrido por los profetas contemplando cómo se gestaban las promesas mesiánicas a través de la fidelidad de Dios para con su pueblo.

Luego de cantar solemne y festivamente “Gloria”, hemos pasado al Nuevo Testamento con la lectura de la carta a los Romanos que pone de manifiesto la justificación y la redención en Cristo, gracias a su misterio pascual. Hemos sido liberados del pecado en el bautismo que nos ha sepultado con Cristo en su muerte y nos ha hecho renacer por el agua para resucitar.

Finalmente, el evangelio de San Lucas, con detalles muy propios, nos narra el hecho central y fundamental de esta noche santísima: la resurrección gloriosa de Jesús. Las mujeres discípulas del Señor encuentran la piedra retirada y el sepulcro vacío. Y sobre todo destaca la pregunta clave de los ángeles que se convierte en el gran y felicísimo anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí: ha resucitado”. Este es el hecho y la afirmación que nos llenan de inmensa alegría y que dan fundamento y sentido a toda nuestra fe. Asimismo, desde ese momento, queda patente la misión evangelizadora y testimonial de la Iglesia: las mujeres, los apóstoles, los discípulos; todos van corriendo a anunciar lo que han visto y oído.

Hermanos, hemos recorrido y contemplado acontecimientos maravillosos en esta Vigilia. De manera particular, vamos a presenciar y a participar de la liturgia bautismal-sacramental, muy especialmente de iniciación cristiana. El pueblo llamado por Dios a la libertad pasa por el agua que destruye y regenera. Como Israel en el Mar Rojo, Cristo atravesó también el mar de la muerte y salió de él victorioso. En las aguas del Bautismo es destruido nuestro pecado y emerge una nueva creación. El agua, santificada por el Espíritu Santo, regenera al pueblo de los hijos de Dios. Esta noche, acá en Catedral, tendremos la gracia de administrar los sacramentos de iniciación cristiana a tres adultos y el bautismo a un pequeño niño.

Queridos hermanos, la pascua de resurrección nos invita a ser hombres y mujeres nuevos en Cristo, con nuevos criterios y motivaciones, con deseos de transformar el mundo y la sociedad, pasando del egoísmo y la violencia a la fraternidad y la paz. Una humanidad nueva que se centre en valores morales y espirituales, y no simplemente en criterios pasajeros de materialismo y placer. Resucitar con Cristo es darnos la oportunidad y la gracia de ser diferentes y renovados. Resucitar es correr el riesgo de transmitir al mundo vida, alegría y esperanza en medio de tantos signos de muerte, violencia, tristeza y pesimismo. Vayamos a anunciar que Cristo está vivo; que Él quiere cambiar y transformar el mundo empezando por nuestro corazón.

Esta santísima Vigilia tiene su culmen en la celebración de la Eucaristía. En ella, hoy y siempre que la celebramos, se renueva la pascua; en ella proclamamos la muerte del Señor y celebramos su victoria en la resurrección.  Nosotros, los regenerados por el bautismo, somos convocados a este banquete para que la celebración de la Eucaristía produzca en nosotros los frutos de la pascua salvadora de Jesucristo: vida nueva, santidad, fidelidad, transparencia, superación del pecado y del mal; pero, sobre todo, crecimiento en el amor de Dios en el cual vivimos y del cual hemos de dar testimonio por la vida nueva en Cristo Resucitado que queremos anunciar y compartir con todo el mundo.

¡Aleluya, amén!