Santidad y eternidad

Al conmemorar hoy la Solemnidad de Todos los Santos, ponemos nuestra mirada en el cielo y con fe firme constatamos que muchos se nos han adelantado en el camino para llegar a la meta eterna a la cual nos dirigimos.

Estamos llamados a leer nuestra historia con ojos de fe, sabiendo que somos parte del plan salvífico de Dios. El fin de nuestra historia personal y nuestra historia comunitaria no están en este mundo, están en el más allá. ¡Nuestro destino definitivo es el cielo y esta verdad nos llena de alegría y esperanza!

“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roben. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”, nos dice Jesús en el Evangelio según San Mateo (6, 19-21).

El Señor es quien nos fija la ruta para acumular tesoros en el cielo… ¿cómo lo hacemos? Por medio del desprendimiento, la solidaridad, la caridad… en fin por medio de las buenas obras. Los católicos conocemos bien las obras de misericordia que nos propone en la Iglesia. No perdamos el tiempo. Hace poco hablamos del discernimiento para actuar con libertad de espíritu y hacer el bien. ¡Pongámoslo en práctica!

Se nos llama a no apegarnos a lo material. Solo Dios es absoluto; todo lo demás es pasajero. Pidámosle la sabiduría para que nos guíe por el camino recto y así no nos apeguemos a lo material ni a este mundo que es totalmente pasajero.

“Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige”, nos decía el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate, n. 11.

No debemos permitir que perdamos la esperanza en nuestras vidas, a pesar de tantos signos de muerte que vemos en la sociedad hoy. Cuando parece que no hay soluciones, sabemos que Dios va siempre adelante, porque la obra le pertenece a él.

Nuestra vocación de hijos de Dios nos exhorta a manifestar su amor a través de nuestra llamada común a la santidad. Esta es la clave que nos debe identificar.

¡El amor de Dios no es teoría, es vivencia! La fe no es para guardarla en un cajón, es para hacerla vida y testimoniarla a través de la santidad.

Seamos valientes y coherentes para actuar conforme a los valores que nos propone el Evangelio; para no desviarnos o despistarnos con las propuestas del mundo.

Jesucristo dio su vida por nosotros para entregarnos la vida eterna. Con esta certeza, compartamos la Buena Noticia a otros; con nuestro testimonio de santidad manifestemos que sí se puede vivir en el amor; no en uno superficial, sino en el amor extremo de aquel que entregó su vida por lo demás.

Imitemos a tantos santos que pasaron por este mundo haciendo el bien, y que hoy gozan de la plenitud y perfección que siempre anhelaron, animados por la fe, la esperanza y el amor.

Fermento 240. Martes 1 de noviembre, 2022