
Cuerpo y Sangre de Cristo,
Domingo 6 de junio 2021,
Catedral de Ciudad Quesada, 8:00 a.m.
Hermanos y hermanas:
Toda la vida de Jesús estuvo marcada por el amor, y amor hasta el extremo de dar la vida. Para perpetuar su muerte salvífica y darnos esperanza de vida eterna, el Señor instituyó la Eucaristía que es su presencia permanente entre nosotros. Recordemos que, antes de su ascensión, Jesús dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20). Él cumple ésta su promesa no solo dándonos el Espíritu Santo, sino quedándose en medio nuestro en la presencia real de la Eucaristía.
En la Eucaristía se contiene y celebra el misterio pascual, en ella está presente totalmente el Señor, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Por ello, cada vez que actualizamos la pasión y muerte de Cristo en la Eucaristía, proclamamos su resurrección hasta que Él vuelva glorioso al final. Y se ha querido quedar con nosotros en forma de comida o alimento, lo que más necesitamos para vivir; pero alimento de vida eterna que nos nutre y fortalece para el camino que nos lleva al cielo.
¿Por qué de esta celebración hoy si celebramos la institución de la Eucaristía el pasado jueves santo? Esta solemnidad fue introducida por el Papa Urbano IV, en 1264, para reafirmar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que era negada por diversas herejías en la Edad Media. Para la fe de la Iglesia, el Señor Jesús está presente en la Eucaristía y en la reserva eucarística que sirve para el viático y la adoración. Esta fe y esta convicción es la que proclamamos y profesamos en la fiesta del Corpus Christi.
La Palabra de Dios proclamada nos ilumina y nos permite adentrarnos en este misterio sublime que es el centro de nuestra fe. Con la primera lectura del libro del Éxodo decimos que la Eucaristía es la nueva alianza. En el texto se nos narra la alianza de Dios con Israel en el Sinaí, y ésta se sella con un pacto sacrificial. La sangre es signo de vida; por ello Moisés dice: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con nosotros”. Pero entonces el pacto y el sacrificio se hacía con sangre de animales. En la Eucaristía, como alianza nueva y eterna, es la sangre de Cristo la que se ofrece y derrama por nosotros.
Esto que afirmamos, la segunda lectura de la carta a los Hebreos lo confirma y ratifica. Ya no es necesaria la sangre de animales para el sacrificio. Cristo, como Sumo Sacerdote, ha derramado su sangre una sola vez para siempre en el sacrificio redentor de sí mismo que nos ha purificado, que nos dado nueva vida y nos promete la salvación eterna en el cielo.
Carne y sangre constituyen el todo de una persona. En el evangelio de Marcos hemos escuchado la institución de la Eucaristía por parte de Jesús en la última cena. Él mismo se da, se entrega; el pan es su cuerpo; el vino es su sangre. Ha dicho claramente: “Coman, beban, es mi cuerpo, es mi sangre”. El banquete eucarístico de la última cena y la Eucaristía que celebramos en cualquier lugar y en cualquier momento, es la alianza, la comida y el alimento que ponen de manifiesto la máxima entrega de Jesús. Bien decía Él mismo que: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que ama” (Juan 15,13). Esta realidad de entrega, este misterio de amor supremo de Jesús es el que precisamente se realiza y celebramos en la Eucaristía.
Hermanos, en nuestra vida humana natural, si no comemos nos morimos. Es indispensable el alimento para vivir. Y esta verdad es aún más cierta en el plano espiritual de la fe. Si no comemos a Jesús, si no nos alimentamos del Señor en la Eucaristía, no tendremos vida divina y sobrenatural. El mismo Jesús lo dice elocuentemente: “Si no comen mi carne, si no beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes” (Juan 6,53). Y vamos a más, el Señor no solamente nos promete vida para el momento presente, sino también vida eterna en la que creemos firmemente y esperamos alcanzar en el cielo después de la muerte natural. En este sentido, más contundente es Jesús cuando nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día” (Juan 6,54). “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida; el que come de este pan vivirá para siempre” (Juan 6, 55 y 58).
Estas palabras clarísimas del Señor Jesús nos hablan de la necesidad indispensable de la Eucaristía para nosotros; de la íntima y profunda unión que experimentamos con Él; y de la esperanza de cielo y eternidad que nos promete el Señor para quienes nos alimentamos de Él, pues la Eucaristía no es alimento que nos deje vacíos o insatisfechos -como los alimentos y comidas de este mundo- sino que se trata del alimento de y para la vida eterna. Esto solamente lo podemos aceptar y asumir desde la fe.
Finalmente, consideremos algunas consecuencias prácticas que se derivan de estas verdades y de esta celebración solemne de hoy.
- Sin Eucaristía no hay vida cristiana, no podríamos dar fruto apostólico, ni tendríamos la fuerza para ser testigos del Señor. La Eucaristía es indispensable espiritualmente.
- Si tuviéramos verdadera consciencia de lo que es y significa la Eucaristía, y de la necesidad que tenemos de ella, no la dejaríamos por nada ni por nadie.
- La Eucaristía es lo más santo que tenemos, pues es el mismo Jesús entre nosotros; por ello, debemos prepararnos dignamente para participar de la Eucaristía y recibir a Jesucristo en la comunión sacramental. Hemos de estar en gracia y limpios de pecado para recibir sacramentalmente al Señor. En este sentido, recordemos la amonestación y advertencia indiscutible de San Pablo: “El que come y bebe indignamente y sin discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Cor. 11,29).
- Dado que la Eucaristía es lo más grande y santo que tenemos, hemos de tratarla con sumo respeto y cuidado. Tratarla santamente, porque santísima es la Eucaristía. En este sentido, hemos de preguntarnos cómo nos preparamos para la Eucaristía, cómo vestimos para participar de ella, cómo nos comportamos y cuál es nuestra actitud durante la celebración.
- Fomentemos en nuestra espiritualidad el culto a la Eucaristía a través de la adoración, de la visita al Santísimo Sacramento, de la participación en la Hora Santa. Son momentos de intimidad con Jesús que nos llenan y fortalecen. Cómo no recodar al Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, quien estando frecuentemente frente al sagrario, decía: “Yo lo miro y Él me mira”. Sin duda es la contemplación íntima del misterio, la certeza absoluta de la presencia de Jesús.
Hermanos, al escuchar hoy la invitación del Señor: “Coman y beban”, acerquémonos a este altar para alimentarnos con este augusto sacramento que es el centro, la fuente y el culmen de toda la vida de la Iglesia. La Eucaristía es “signo de unidad y vínculo de caridad”, como decía San Agustín. También, Santo Tomás de Aquino afirma y exclama: “Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad, en el que recibimos al mismo Cristo, verdadero Dios”. Amén.
¡Para siempre sea alabado el Señor Sacramentado! En el cielo y en la tierra siempre sea alabado.