
Vigilia Pascual de la Resurrección del Señor.
Sábado Santo, 8 de abril de 2023, Catedral de Ciudad Quesada, 8:00 p.m.
Hermanos todos en el Señor:
El largo camino cuaresmal no terminó con la elevación de Jesús de Nazaret en la cruz, sino que encuentra su meta en la celebración de esta solemne Vigilia Pascual. En esta noche santa y hacia el amanecer del domingo de Pascua, los cristianos celebramos la fiesta más importante y central del año.
En esta noche parecen unirse los cuatro elementos de la creación: el fuego, el viento, el agua y la tierra. El fuego nuevo, una vez bendecido, enciende la llama del cirio pascual, que representa a Cristo resucitado, y cuya luz se transmite de mano en mano a los creyentes. El viento, es decir el Espíritu, es evocado una y otra vez, tanto al recordar la creación del universo como al anunciar la nueva alianza sellada por Dios con la humanidad. El agua, también bendecida en esta noche, acoge a nuestros catecúmenos en un bautismo de fe, y es rociada sobre nosotros en la renovación de las promesas bautismales. La tierra, finalmente, ofrece su pan y su vino para la celebración de la Eucaristía, en la que anunciamos la muerte del Señor, proclamamos su resurrección y esperamos anhelantes su venida.
En el canto del pregón pascual, hemos escuchado hermosamente: “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo… Noche en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”. Queda patente que la Pascua es, en efecto, el centro de toda la vida cristiana. En ella celebramos el señorío de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte. Su gloria, nuestra liberación, redención y salvación.
La riqueza y la abundancia de la Palabra de Dios, que hemos escuchado y recibido en esta noche santa, nos ha llevado a recorrer la historia de la Salvación. La creación del mundo y la creación del hombre marcan el inicio de la intervención de Dios en la historia humana. Esa historia pasa por momentos clave como la alianza, la liberación de Israel, el anuncio profético de una creación y alianza nuevas, hasta llegar a Jesucristo a quien proclamamos hoy resucitado, glorioso y victorioso.
Después de escuchar al apóstol Pablo, quien nos recordaba que el bautismo nos incorporó al misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, el relato del evangelio de San Mateo nos invita a acompañar a las dos mujeres que se dirigen al sepulcro de Jesús (Mt 28,1-10). No encuentran su cuerpo. Un ángel les da a conocer el misterio de esa ausencia. Jesús ha resucitado como lo había dicho.
Por ello, la constatación del sepulcro vacío y el hecho de la resurrección, se convierten en noticia que las mujeres han de trasmitir a los discípulos de Jesús. Además de la intervención del ángel, el evangelio deja constancia de que Jesús les sale al encuentro para invitarlas a la alegría y a la superación del miedo. “No tengan miedo; comuniquen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Con esa nueva fortaleza han de anunciar el mensaje que les ha sido encomendado. Esta fue la misión de ellas, esta es la misión nuestra hoy.
Por consiguiente, todo esto nos hace pensar que esta palabra se proclama para nosotros hoy. También nosotros hemos recibido el anuncio y la noticia de la resurrección de Jesús. Nosotros participamos también de la alegría pascual. Nosotros hemos de anunciar esta buena noticia a todos nuestros hermanos. Es la misión que nos toca: anunciar y testimoniar que solamente en el Resucitado está la vida y la salvación.
Con toda la Iglesia, y en oración, pedimos hoy más que nunca el don de una nueva vida: “Oh Dios, que iluminas esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio”. Nueva vida para quienes hemos recibido ya el don inmenso del bautismo, y cuyas promesas renovaremos hoy. Nueva vida para estos hermanos catecúmenos que reciben esta noche la riqueza de la iniciación cristiana. Nueva vida para un mundo egoísta, violento e indiferente, que muchas veces vive y actúa como si Dios no existiera.
Por ello, hermanos, el Señor resucitado nos ha llamado para ser testigos de su nueva vida y anunciadores de la gran esperanza de la resurrección en la eternidad. Tengamos y vivamos la certeza de que él nos acompaña siempre en el camino de nuestra vida y de nuestra historia.
¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado el Señor. Amén. Aleluya.