Sólo el amor nos puede salvar

Fiesta patronal en honor de San Roque, Parroquia San Roque, Ciudad Quesada

Martes 16 de agosto de 2022.

Una vez más nos concede el Señor la gracia de celebrar la fiesta patronal de esta querida comunidad, para renovar nuestra fe y confianza en el Señor, nuestro compromiso apostólico con la Iglesia y nuestro firme propósito de imitar las virtudes de San Roque, patrono de esta comunidad parroquial y a quien hoy celebramos y veneramos solemnemente. Quiera el Señor que esta festividad patronal parroquial traiga abundantes frutos espirituales y pastorales para esta comunidad.

Los textos de palabra de Dios proclamados, teniendo como trasfondo de la vida y testimonio de San Roque, nos han puesto en evidencia actitudes fundamentales que son parte de nuestra vida cristiana y que estamos llamados a asumir en nuestro testimonio de vida, sobre todo en medio de una sociedad cada vez más dispersa, ocupada en muchas cosas no esenciales y hasta carente de sensibilidad y solidaridad en algunos casos y momentos.

Las actitudes de las que hablamos son: dar gracias a Dios y bendecirlo por todos los bienes que recibimos de él (así la primera lectura de Tobías y el salmo 33 que ha hecho eco de ello). Asimismo, el valor e importancia de la limosna como capacidad de dar generosa y solidariamente, virtud también presente en la primera lectura.

También nos encontramos con el valor, la actitud y la virtud de cargar con la cruz del Señor, hecho que nos debe identificar como discípulos del Señor. Para seguir a Jesús, hay que asumir su cruz con alegría, generosidad y grandeza de corazón. La cruz de la prueba, del dolor, de la enfermedad y del sufrimiento, nos lleva a perder la vida para este mundo y ganarla para la vida eterna, como claramente nos enseñaba Jesús en el evangelio de San Mateo. Esto es algo que no entiende el mundo, pues se queda anclado y cerrado en el propio egoísmo e interés inmediato. Por el contrario, el amor nos abre a Dios y a los demás; la caridad dilata y ensancha el corazón no solo para dar, sino mejor aún para darse.

Para el apóstol Pablo, la cruz también era una experiencia esencial, al punto que nos ha dicho, en la segunda lectura de su carta a los gálatas, que él no se gloriaba en otra cosa más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo ¿Y por qué ello? Porque la cruz es signo de amor, de entrega y de capacidad de dar la vida, es camino de salvación y de vida eterna. Y estas verdades las entendió y las vivió San Roque con su testimonio de caridad, solidaridad, sensibilidad y con ese dar la propia vida por los enfermos y necesitados. Esta es la gran lección y desafío para nosotros hoy, especialmente para ustedes como comunidad parroquial. Veamos brevemente cómo estas actitudes y virtudes, de las que nos ha hablado la palabra de Dios, se hicieron vida y testimonio elocuente en la persona de San Roque.  

Nacido en Montpellier, Francia, alrededor de 1295, el joven Roque, que era huérfano, decidió repartir sus posesiones y salir en peregrinación a Roma, a causa de su fe; he aquí su generosidad y desprendimiento. Y con esto empezó todo. En el camino, se dedicó a cuidar a los infectados por la peste (que estaba causando estragos, convertida en una crisis abismal que afectaba a muchas regiones de Europa), sanándolos con la señal de la cruz. Una obra de caridad y misericordia.

Se quedó en la región italiana de Romaña, junto a los apestados, hasta que cesó allí la epidemia, y finalmente alcanzó Roma, donde permaneció tres años. Dispuesto a regresar a su ciudad de origen, a su paso por Piacenza se contagió y decidió esconderse cerca de un río (en un bosque o cueva, según las distintas versiones) para no exponer a los lugareños a contraer la enfermedad por ocuparse de él. Un ejemplo de sensibilidad, delicadeza y amor. El amor siempre piensa en los demás.

En esas circunstancias, se cree que apareció el célebre perro de San Roque, que vivía en la casa de un noble y encontró el refugio de Roque, empezando a llevarle cada día un trozo de pan. Movido por la curiosidad, al observar el habitual misterioso paseo del can, el dueño del perro lo siguió y encontró al animal curando a Roque, quien tenía las llagas de la peste.

Cuando recuperó la salud, Roque emprendió el camino de vuelta definitiva a Montpellier. Pero esa ciudad no volvió a ser un hogar: al ser huérfano, haberse marchado durante tantos años y regresar con la ropa dañada por la peregrinación, nadie le reconoció y le acusaron de vagabundo. Condenado a prisión, el salvador de los contagiados moriría poco tiempo después, encarcelado, alrededor de 1327. Todas estas pruebas y vicisitudes que vivió San Roque fueron manifestación inequívoca de que asumió la cruz y tuvo en su propio cuerpo las llagas del Señor. Así perdió su vida para este mundo, y la ganó para Dios y para la eternidad.

Iconográficamente, a San Roque se le reconoce por vestir hábito de peregrino, y a veces sombrero, y tener normalmente en alguna parte de la pierna una llaga abierta por la peste, representando su contagio. Le suele acompañar el perro que le alimentó.

Hermanos, la caridad, la solidaridad y la capacidad de darnos a nosotros mismos, incluso perdiendo la vida, es lo único que nos identifica plenamente con Cristo, que entregó su vida en la cruz y la sigue entregando como alimento de vida eterna para nosotros sobre este altar. Pidamos al Señor tener entrañas de misericordia, como San Roque, para vivir y practicar el amor con todos, pero especialmente con los más necesitados y sufrientes. Sólo el amor nos puede salvar y llevar a la eternidad que Dios tiene preparada para quienes pasan por este mundo amando y haciendo el bien como San Roque.