
Misa Crismal 2021
Jueves Santo, 1 de abril, Catedral de Ciudad Quesada, 10:00 a.m.
Hermanos todos, pueblo santo y sacerdotal de Dios:
A diferencia de la situación de confinamiento del año pasado, damos gracias al Señor porque en esta oportunidad, con las medidas del caso, nos hemos podido congregar como Iglesia diocesana de Ciudad Quesada para celebrar esta solemne Misa Crismal, celebración profundamente eclesial, sacramental y sacerdotal. En comunión con la Iglesia universal, nos hemos congregado, en este templo madre de la diócesis, como pueblo santo de Dios, asamblea sacerdotal por el bautismo y el orden, entorno al obispo, principio y fundamento de la unidad y de la comunión en la Iglesia particular, para hacer visible la sacramentalidad y la comunión de la única Iglesia de Jesucristo. Agradezco especialmente la presencia y el número tan significativo de sacerdotes y laicos que han venido de toda la diócesis, incluso más allá de ella. El Señor les bendiga a todos acá presentes y también a quienes nos siguen a través de los medios de comunicación.
Como sabemos, desde muy antiguo en la tradición litúrgica latina, esta Misa Crismal tiene como finalidad bendecir los óleos de los catecúmenos y de enfermos, y consagrar el santo crisma. En otras palabras, se trata de preparar los sacramentos para la Pascua, pues precisamente los sacramentos brotan del misterio pascual de Cristo para santificación de su Iglesia. El obispo, como sumo sacerdote de la Iglesia particular, realiza y preside esta gran acción sacerdotal para bien de todo el pueblo santo conformado por los bautizados. Por ello, esta Misa Crismal tiene un carácter esencial bautismal y sacerdotal; pues en la Iglesia todos somos sacerdotes por el bautismo: todos por el sacerdocio común de los fieles, y algunos llamados y escogidos por el sacerdocio ministerial, que actuamos en la persona de Cristo para bien y santificación del pueblo de Dios. Por tanto, todos sacerdotes, pues como decía el autor de la segunda lectura “Cristo nos ha hecho un reino de sacerdotes para su Dios y Padre”.
Por causa de la crisis pandémica que hemos vivido, y en la cual nos encontramos todavía, hemos de aceptar y confesar que este último año ha sido difícil para el mundo y para la Iglesia también. Nos hemos sentido cansados física, emocional y espiritualmente por el confinamiento, por la distancia social, por la crisis económica, por no haber podido tener nuestras celebraciones y actividades pastorales de manera normal, libre y espontánea como lo acostumbrábamos antes de la pandemia.
Por ello, deseamos y esperamos que esta Misa Crismal sea para nosotros un momento de gracia para retomar, con la ayuda de Dios, una esperanza renovada y continuar alegre y generosamente nuestra misión en la Iglesia y en el mundo. Como bautizados, ungidos del Señor, sacerdotes y servidores todos, estamos llamados a llevar esperanza, a ser testigos de la buena noticia, a asumir el compromiso de animar desde la palabra de Dios y a confiar en el Señor como personas de fe que somos. Con la ayuda de Dios, con el esfuerzo y compromiso de todos, saldremos adelante y todavía más fortalecidos de esta crisis; prueba esta que debe hacernos mejores personas y más auténticos cristianos, signos y testigos de la fe, la esperanza y el amor de Dios en medio del mundo. Hoy recordamos, especialmente, a los enfermos a causa del virus, a los que han fallecido, a sus familiares, a los que están desempleados y pasando necesidad. Como Iglesia, comunidad de hermanos, nos sentimos solidarios y cercanos a todos ellos.
Para ser testigos siempre, pero especialmente en estos momentos de crisis y de prueba, la palabra de Dios de esta Misa Crismal sale a nuestro encuentro, y nos hace tomar conciencia de quiénes somos en la Iglesia y cómo hemos de vivir y actuar en la comunidad eclesial y en el mundo. Por el bautismo, que nos ha consagrado y hecho sacerdotes, profetas y miembros de una comunidad de fe, entonces somos y hemos de vivir y actuar de la siguiente forma:
1.- Vivamos y actuemos como verdaderos ungidos del Señor:
El bautizado -sacerdote, profeta y miembro de la comunidad- es un verdadero consagrado de Dios, para Dios y al servicio de la Iglesia. Y lo son los laicos con su propia vocación y dignidad, y a título particular los ordenados que servimos en el sacerdocio ministerial en la misma persona de Cristo. Ungidos, marcados y sellados por el Espíritu del Señor para servir y hacer el bien. Por ello, experimentamos en nosotros lo que decía el profeta Isaías, en la primera lectura: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido”.
Hermanos, también somos ungidos como el Ungido, el Cristo por excelencia, Jesús, que se presenta en la sinagoga de Nazaret y hace que se cumplan en él las Escrituras y promesas mesiánicas, como lo ponía de manifiesto el evangelio de San Lucas. Como configurados con Cristo, el Ungido, bien decía San Pablo VI que “el bautizado es un cristificado”. Qué dignidad y grandeza la de los ungidos del Señor por el bautismo y el orden. Así hemos de vivir y actuar en medio de la Iglesia y del mundo: como consagrados y signos de la presencia de Cristo, Ungido del Padre. Es todo lo contrario a la mundanidad y al paganismo, a la falsedad de una libertad entendida como felicidad sin Cristo, sin Dios, sin fe. En este sentido, en reiteradas ocasiones y últimamente también, el cardenal Raniero Cantalamessa ha afirmado que en la Iglesia no podemos vivir “etsi Christus non daretur”, como si Cristo no existiese. El Señor es cabeza y piedra angular de la comunidad eclesial, y nosotros somos imágenes y testigos suyos en medio de ella.
2.- Vivamos y actuemos como verdaderos testigos del Señor:
En la oración colecta de esta solemne Misa pedíamos: “… concede a quienes participamos ya de su consagración (la de Cristo) que seamos testigos de su obra redentora en el mundo”. Hermanos laicos y sacerdotes, he aquí nuestra identidad y misión en la Iglesia: ser testigos de Cristo, ser signo y presencia suya en el mundo. Y no de cualquier forma, sino de su misterio redentor en favor nuestro y de la humanidad.
La misión de la Iglesia no es simplemente una acción social más; su misión es santa, de salvación y redención, y tiene como objetivo llevarnos y llevar a los hombres al cielo, a la vida eterna. Esta es nuestra meta, nuestro trabajo y nuestro objetivo pastoral; por ello, el autor del Apocalipsis, en la segunda lectura, nos desea “gracia y paz, de parte de Jesucristo, el testigo fiel, primogénito y soberano (…) que nos purificó con su sangre”, es decir el testigo fiel del Padre que ha venido para salvarnos por su misterio pascual. Hermanos, de esto es lo que tenemos que hablar en la Iglesia; hablarlo y testificarlo al mundo: el misterio de la redención en Cristo que ha sido el testigo por excelencia entregando su vida en la cruz por nosotros.
3.- Vivamos y actuemos como verdaderos enviados del Señor:
Enviados a qué y a dónde. Muy claro nos respondía el profeta en la primera lectura y Jesús en el evangelio: “… para anunciar la buena noticia a los pobres, a curar los corazones quebrantados, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros, y a pregonar el año de gracia del Señor”. Cuántos en la Iglesia y en el mundo viven sin sentido y sin rumbo, cuánto pesimismo y derrotismo hay entorno nuestro, más ahora con todo lo que ha desnudado la crisis de la pandemia. No podemos obviar cómo trata de imponerse a ultranza una cultura de la muerte en contra de la vida, desde su más indiscutible inicio hasta su fin natural. Cuántos viven como si Dios no existiese, sin valores ni convicciones trascedentes, sin principios morales que les ayuden a encontrar la verdadera libertad y la auténtica realización.
A todos estos lugares, personas y situaciones somos enviados para anunciar, compartir y testimoniar la buena noticia del evangelio, la buena noticia de la salvación, de la vida y del cielo como meta final que esperamos alcanzar. Si somos enviados, esto quiere decir que no nos podemos quedar inmóviles, tranquilos y conformes en nuestras seguridades, y haciendo siempre lo mismo. Nos hace falta la pasión misionera de los enviados con el fuego del Espíritu, la pasión del evangelio y el celo por la salvación de las almas, como decíamos no hace mucho tiempo, y de lo cual parece que nos hemos olvidado, o al menos no lo hablamos clara y suficientemente. La misión de la Iglesia es salvífica, sobrenatural y trascendente, por ello somos ungidos y enviados para ser auténticos testigos de la vida eterna con verdadera parresía evangélica y eclesial.
Queridos sacerdotes y laicos, que el mensaje de la palabra de Dios, el significado tan particular de esta Misa Crismal y el momento actual que vivimos en la Iglesia y en el mundo, nos animen e impulsen a retomar verdadera conciencia de quiénes somos y cómo hemos de vivir y actuar en la Iglesia. Que los laicos puedan hacer realmente presentes los valores del evangelio en medio de las realidades que viven en la sociedad. Que los sacerdotes, conscientes de que verdaderamente somos otros Cristos, vivamos con alegría, generosidad, compromiso, mística y auténtica caridad pastoral nuestro santo ministerio; para ello renovamos hoy las promesas sacerdotales hechas el día de la ordenación. Agradezco a todos, laicos y sacerdotes su servicio, entrega y colaboración con esta nuestra Iglesia diocesana que amamos y servimos de corazón.
Este pueblo santo y sacerdotal, que es la Iglesia, vive y actúa en virtud de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda su vida. Pidamos para que, con el alimento y la fuerza del cuerpo y la sangre de Cristo, el Ungido y Testigo fiel, sigamos adelante con nuestra misión eclesial, testimonial, evangelizadora y misionera, para gloria de Dios, bien de la Iglesia y salvación de todos nosotros.