Vivir en la esperanza

El tiempo de Adviento que vivimos en la Iglesia es una oportunidad para reflexionar en lo que es trascendente, en nuestra vida eterna, en algo que va más allá de lo material, del tiempo y del espacio.

Los creyentes reconocemos en la Encarnación el “hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación” (Catecismo de la Iglesia Católica, 461).

Con esta certeza, Adviento nos muestra dos acentos: el escatológico, en el cual confiamos también en la segunda y definitiva venida del Señor; y el memorial en que celebramos su primera venida.

Apartado de modas o celebraciones que se apagan en unas cuantas horas, por más de dos mil años en el mundo se reconoce un hecho que le marcó para siempre; por eso, durante cuatro semanas la Iglesia Católica dispone un tiempo de gracia que debe ser vivido a plenitud, sin saltarse ningún acontecimiento propuesto en la liturgia y la tradición.

Debemos reflexionar a profundidad; hacer una pausa, mirar más allá, tras las complejidades terrenas que se nos presentan. Para eso es el Adviento, para unirnos más con Dios; para buscar paz, fraternidad y amor de manera permanente.

En medio de lo que el mundo y nuestro país también han vivido con la pandemia, este tiempo celebrativo es una oportunidad para unirnos más, para buscar soluciones juntos, para vivir mejor desde la esperanza.

Decíamos los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica en un mensaje con motivo del Adviento: “Con todas las dificultades y oscuridades que se reflejan en el mundo, hoy somos llamados a interiorizar y hacer resonar las palabras del profeta Isaías ‘el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande’ (Isaías 9,1)”.

Esa luz grande es la luz que alcanza a todos, que ilumina todas las realidades; una luz que debemos buscar para salir de cualquier pena, tiniebla o tribulación. Es una luz esperanzadora que nos debe ayudar a vivir más hermanos, construyendo una nación más justa, solidaria y en la cual podemos fortalecer la paz social.

Esta es una luz que los cristianos debemos saber reflejar también en los demás; no podemos permanecer impasibles ante un hecho como la Encarnación; no es posible que no podamos compartir con otros, reflejando con nuestra vida, con nuestras acciones, gestos, palabras y sentimientos, lo que significa este acontecimiento sublime y grandioso.

Quiera Dios que el Adviento pueda ser un momento para transformar esa realidad que cada uno de nosotros vive en nuestras comunidades, familias, lugares de estudio o de trabajo. No es un tiempo que pueda apagarse como una luz artificial; sabemos que la luz por la cual aguardamos es eterna.

Lejos del ruido y la dispersión, Adviento se vuelve un momento propicio para hacer silencio, para permitir que Dios nos hable, con el fin de comunicarlo al mundo, en momentos en que algunos quieren apartarnos de esta vivencia de fe y religiosidad.

No permitamos que este tiempo se disipe sin hacer un propósito de enmienda; tampoco dejemos que sea un tiempo más que se vive y luego se olvida. Pidamos a Dios que nos ayude a vivir en la esperanza, ahora mismo y hacia adelante.

Fermento 193. Martes 7 de diciembre, 2021